Consejos para abogados altamente efectivos: inspírate en los grandes oradores
"Los abogados empleamos la palabra para convencer, para vencer. En el interrogatorio, en el juicio, en la negociación, en la consulta"
John Fitzgerald Kennedy (Foto: Archivo)
Consejos para abogados altamente efectivos: inspírate en los grandes oradores
"Los abogados empleamos la palabra para convencer, para vencer. En el interrogatorio, en el juicio, en la negociación, en la consulta"
John Fitzgerald Kennedy (Foto: Archivo)
Hoy voy a pronunciar un discurso ante un público muy especial: estudiantes de los últimos cursos de ESO y de bachiller. Ya me había dirigido anteriormente a alumnos de esas edades y tengo un pequeño esquema preparado. Pero para hoy he querido leer discursos de grandes oradores de la historia, contemporáneos y antiguos.
Esos excelentes comunicadores pueden motivarnos y guiarnos cuando tengamos que dirigirnos a un auditorio. Cuando pensamos en grandes oradores solemos recordar a Churchill, Kennedy, Lincoln, Martin Luther King, Obama o Mandela. Son oradores del siglo XIX, XX y XXI. También recordamos a Pericles, Cicerón o Séneca, de Grecia y Roma. Pero no debemos olvidar a los grandes oradores españoles como Castelar o Unamuno.
¿Qué tienen en común todos esos grandes oradores? Su personalidad, el poder de convicción, su fuerza para emocionarnos, elegir las palabras adecuadas para una determinada situación.
“Yes We Can”, Barack Obama. El presidente demócrata se mostró cercano a los ciudadanos, fue natural y transparente, entusiasta y apasionado.
“I have a dream”, Luther King. Pronunció su discurso ante más de 200.000 personas y ha quedado para la historia. Destacó el optimismo, la esperanza, la igualdad, la fraternidad.
“No tengo nada que ofrecer excepto sangre, sudor, lágrimas y fatiga”, Winston Churchill. Ante la Cámara de los Comunes y transmitido por la BBC, el político destacó por su elocuencia y su habilidad para comunicar. Supo inspirar confianza.
“No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta qué puedes hacer por tu país”, John F. Kennedy. Quiso convencer a los estadounidenses de la necesidad de estar activos ante el peligro de la URSS y la Guerra Fría.
“Inmensa desgracia para mí, pero mayor desgracia todavía para las Cortes, verme forzado por deberes de mi cargo, por deberes de cortesía, a embargar casi todas las tardes, contra mi voluntad, contra mi deseo, la atención de los señores Diputados”. Emilio Castelar es considerado uno de los mejores oradores de España. Destacaba en sus discursos la persuasión, caló en los españoles por su dominio de la palabra y el ritmo poderoso de sus frases. Deslumbraba al auditorio. Azorín se refería a “su ritmo musical, la magnífica musicalidad de ese estilo único”.
“Venceréis pero no convenceréis”, frase de Unamuno, Rector de la Universidad de Salamanca, en el paraninfo en octubre de 1936. “La palabra es lo vivo, la palabra es en el principio”
“Esperemos lo que deseamos, pero soportemos lo que acontezca”, Cicerón. Un gran orador, abogado y político de Roma. Destacaba en él la elocuencia como vehículo de expresión e instrumento político.
Sin orden cronológico, he querido destacar algunas de las frases de esos grandes oradores de los que tenemos tanto que aprender. Acordémonos de ellos cuando estemos preparando un discurso, cuando estemos en estrados, cuando tengamos ante nosotros a esas personas que se han reunido hoy allí para escucharnos, para atentamente prestar atención a alguien en quien en principio confían. Hemos de dirigirnos a ellos tal como somos, siendo nosotros mismos.
Démosle a todos ellos algo que puedan llevarse al salir de allí, una frase que puedan recordar el día de mañana, incluso que les pueda ser útil en un determinado momento crucial para ellos. Que puedan reflexionar, meditar con una palabra nuestra.
Los conocimientos, su experiencia, su humanidad, su valentía, son características comunes a los personajes que he mencionado anteriormente. Su firme deseo de comunicar, de expresarse. Ellos disfrutaban al dirigirse ante los que tenían enfrente, tenían un deseo ardiente de expresar lo que sentían. Sabían que en aquel momento eran el centro de atención y que sus palabras moverían a muchos de ellos a adoptar una determinada decisión, una conducta.
Esos grandes hombres emplearon la palabra, la riqueza de nuestro vocabulario, para trazar una obra maestra. Azorín describía el ritmo musical de los discursos de Castelar, su musicalidad. Palabra y música ¡Qué bonita asociación!
Todos ellos hablaban de lo que conocían y se habían ganado el derecho a hablar. Se sentían cómodos con el público y los oyentes se sentían cómodos con ellos. Ese es el secreto, sentirnos tan seguros como si estuviésemos dirigiéndonos a una sola persona, incluso solo a nosotros mismos. Expresamos nuestras disquisiciones, nuestras reflexiones.
Por eso, un comunicador, un conferenciante, ha de leer mucho, ha de observar, ha de reflexionar, ha de pensar, ha de llegar a sus propias conclusiones. Y no ha de temer expresarlas ante un público que se congrega para oírlo.
El orador es un artista, es un escultor, un pintor, un poeta, un filósofo. Los abogados empleamos la palabra para convencer, para vencer. En el interrogatorio, en el juicio, en la negociación, en la consulta. Los abogados somos humanistas, nos interesamos por las personas y sus problemas. La razón sobre la fe y el hombre como el centro del universo.
Cuando hayamos de pronunciar un discurso, pensemos en Castelar en esas tardes en el Congreso, tantas tardes consiguiendo enaltecer a los diputados que no compartían en buen número su ideología pero que lo admiraban y reconocían por su dominio de la palabra. Inspirémonos en él.
Yo ahora pensaba en él: ¿qué haría antes de comenzar sus intervenciones ante el Congreso? Almorzaría en uno de los restaurantes cercanos al parlamento junto a otros políticos y después se retiraría a descansar un poco, a pensar, a reflexionar, a tomar unas notas en la biblioteca del Congreso rodeado de libros ¿o quizás en la soledad de su despacho habiendo dado antes órdenes para que nadie le interrumpiese?
Pensemos en Unamuno ante Millán Astray, sin miedo, siendo lo que era y lo que él sentía, un hombre libre. Firme en sus ideas, comunicando lo que pensaba.
Sintámonos libres y contemplemos una fotografía de Kennedy o Churchill antes de salir al escenario. Preguntémonos ¿Qué diría él ahora?
Nota
Este artículo es el trigésimo de la serie Consejos para abogados altamente efectivos, del autor Luis Romero Santos. Pueden visitar su perfil clicando en este enlace para conocer el resto de contenido.