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Sería aconsejable la mediación para acabar con las guerras

La compasión como valor de convivencia

Una mujer palestina ayuda a un niño que juega sobre las ruinas de un edificio destruido por un bombardeo israelí. (Imagen: RTVE)

Jesús Lorenzo Aguilar

Mediador y abogado, director del programa de Justicia Restaurativa de la Asociación Española de Mediación (Asemed)




Tiempo de lectura: 6 min

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Sería aconsejable la mediación para acabar con las guerras

La compasión como valor de convivencia

Una mujer palestina ayuda a un niño que juega sobre las ruinas de un edificio destruido por un bombardeo israelí. (Imagen: RTVE)



Mi labor como mediador en los conflictos que surgen en el ámbito penitenciario desde hace tantos años, me ha permitido conocer parte de los recovecos de la personalidad de algunos de los presos con mayores condenas de la historia penitenciaria reciente de España.

Por eso, también puedo recurrir a la experiencia y ahondar en los valores que nos mueven a realizar este servicio para tratar algunos temas que considero importantes, como, por ejemplo, los graves conflictos armados que se están produciendo en los últimos tiempos en Oriente Próximo y en Europa del Este, a los que la sociedad española asiste horrorizada, mientras nuestros líderes sociales se han polarizado formando dos frentes ideológicos antagónicos difícilmente reconciliables, lo que no contribuye a la búsqueda de propuestas para una solución dialogada entre las comunidades enfrentadas para conseguir la paz que, estoy seguro, todos anhelamos, aunque por caminos diferentes.



Así, muchos desean la victoria de un bando sobre el otro, mientras otros deseamos una paz negociada y duradera que sea beneficiosa para ambas partes, al objeto de evitar más muertes y penurias a los palestinos, israelíes, rusos y ucranianos.

Para conseguir ese fin, antes es necesario sentar una bases que permitan entender el modo de enfrentarse a esos conflictos de tal importancia e intensidad, en el que las partes mantienen una interpretación y unos puntos de vista tan opuestos y enfrentados que el método de solución es ya en sí mismo una cuestión complicada, incluso para los responsables de crear los puentes adecuados que lleven a soluciones pactadas.

Aplicando a este caso mi experiencia, cuando los mediadores restaurativistas llegamos a una prisión para prestar el servicio de resolución de conflictos entre internos o entre estos y sus víctimas, nos enfrentamos a un primer conflicto interpersonal, propio, que nace de nuestro sistema de valores y creencias, al conocer el facilitador que muchas de las personas con las que vamos a trabajar están cumpliendo condena, en muchos casos, por delitos violentos, donde también existen víctimas que han sufrido grandes pérdidas y daños muy graves, similares a los que se podría sufrir en una guerra, causados por la persona victimaria candidata a participar en el proceso restaurativo.



Mediadores de Asemed. (Imagen: Asemed)

Y esto lo podemos comparar con las guerras a las que me refiero y a los responsables de tantas miles de muertes de personas inocentes. Ese primer obstáculo lo superamos los profesionales de la mediación adaptando el principio de neutralidad e imparcialidad al proceso que nos obliga, pues en ese ámbito del conflicto, cuando las partes son víctimas y ofensores, no puede existir un equilibrio moral entre quien ha causado el daño y quienes lo han sufrido.

En el caso de los conflictos armados que hay actualmente, el asunto se complica aún más, pues ambas partes son víctimas y ofensores a la vez, y habrá que determinar en el momento oportuno el tanto de culpa que cada una de las partes tiene para acordar las reparaciones económicas a las que haya lugar en el acuerdo de paz.

En el camino del acuerdo, los mediadores tienen la obligación de ser neutrales e imparciales en cuanto a la atención y el apoyo que se da por igual a las partes durante el proceso restaurativo, pero no respecto al daño, pues este debe ser reparado por el victimario a la víctima, como compensación por el sufrimiento y/o la pérdida causada a esta, en la proporción en la que sea responsable.

La gestión de ese proceso es ingrata, ardua y difícil, donde los que median estarán en el foco de la crítica, y tratando con personas que han cometido delitos aberrantes que han causado un daño inmenso a sus víctimas y a los familiares de estas.

Muchos se preguntarán por qué seguimos realizando esa labor mediadora. Es difícil de explicar, lo reconozco y, sobre todo, cuando resulta que todos mis compañeros que prestamos servicio en el programa de Justicia Restaurativa que realiza la Asociación Española de Mediación (Asemed) desde hace tantos años no recibimos importe alguno por nuestra labor. Es más, incluso pagamos de nuestro bolsillo los gastos de desplazamiento al centro penitenciario. No creo que los mediadores de los conflictos armados a los que me refiero dispongan de una mejor situación en tales casos.

He reflexionado mucho sobre este aspecto de nuestro servicio para descubrir qué nos hace seguir asistiendo al programa, sobre todo cuando se une a las anteriores trabas, la crítica de nuestro trabajo por  otros compañeros mediadores que alegan que «las instituciones no se moverán mientras tengan resuelta gratuitamente sus necesidades». Y, quizás, no les falte razón.

Pero, al final, creo que he conseguido encontrar la razón por la que las personas que nos dedicamos a ayudar a resolver conflictos de alta intensidad y violentos, al identificar y conectar con un nuevo sentimiento al que nuestros valores restaurativos nos ha llevado casi sin darnos cuenta, y ese no es otro que el de la compasión.

La compasión es el sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien. (Imagen: E&J)

Ya se recogía esa palabra en el viejo aforismo que Concepción Arenal, jurista, feminista y reformadora del sistema penitenciario español, hizo famoso: «Odia al delito y compadece al delincuente». Y eso es lo que intentamos hacer nosotros.

Desde esta perspectiva, debemos entender que la compasión, en el sentido que ya definió Aristóteles, como «el sentimiento de tristeza y temor que experimentamos cuando contemplamos algún sufrimiento grave e inmerecido y pensamos que también nos podría ocurrir a nosotros o alguno de nuestros allegados», es el motor que nos lleva a buscar a los humanos soluciones que impidan, mitiguen o mejoren los sufrimientos de nuestros semejantes.

En nuestra sociedad actual, el foco no se pone sobre ese sentimiento, sino sobre la división que presentan las diferentes ideologías que impiden generar un camino común para que finalicen las guerras.

Leyendo las noticias de los últimos días, observo que se hace más énfasis en las estrategias políticas que cada organización política realiza en apoyo de sus aliados, que son partes del conflicto bélico, que en el valor mismo de la compasión , cuando resulta que ese sentimiento es también invocado por las creencias de los propios combatientes como parte de su esencia.

La compasión es un aspecto fundamental del cristianismo (también en el Ortodoxo), del judaísmo y del Islam, por lo que no puedo entender que después de tantos meses de horrores causados recíprocamente, aún no se haya alzado una sola voz para que los países que defienden como sus pilares fundamentales su religión (Rusia, Ucrania, Israel, Irán , E.E.U.U.) y las organizaciones políticas y militares que se enfrentan y apoyan el conflicto palestino (Hamás, el partido Likud, los conservadores ortodoxos y ultraortodoxos del Shas, los colonos del sionismo religioso, etc.) lo hayan olvidado, pues, si lo aplicaran, dejarían de seguir matando y muriendo: la compasión para los cristianos y musulmanes, y el Jesed (amor, bondad y compasión) para los judíos, son también bases fundamentales de sus creencias.

Vehículos blindados rusos en la región de Rostov, en Rusia. (Imagen: RTVE)

Sería deseable que los líderes de nuestra sociedad, que también dicen sentir la compasión como una bandera que enarbolan para proponer reformas políticas en beneficio de los más débiles, asuman ese principio, no desde la división y la confrontación ni desde los gritos pidiendo la muerte de tal o cual Estado o grupo étnico o religioso, sino desde propuestas serias que se infiltren en la comunidad internacional, promoviendo en ambos conflictos una mediación internacional que tenga en cuenta los criterios de Justicia Restaurativa a los que antes me he referido, poniendo por delante a las víctimas del conflicto a todas las víctimaspara reparar y sanar lo dañado, y fortalecer la comunidad internacional, ahora gravemente resquebrajada y en riesgo de guerra mundial.

La influencia y el respeto que España ha demostrado en los últimos cuarenta años nos legitima para liderar propuestas serias y unidas, pero es necesario que todas las organizaciones políticas actúen en consonancia para generar la semilla que permita reeditar el espíritu de la Conferencia de Madrid de 1991.

Es posible iniciar ese camino, desde la generosidad, dejando a un lado las diferencias internas para centrarnos en un proyecto superior.

Ya nuestros representantes políticos han demostrado en los últimos tiempos que, por separado, saben llegar e influir en los líderes en conflicto para sus intereses partidistas, sin darse cuenta ni valorar lo que podrían hacer unidos, si su objetivo fuera parar de una vez esas sangrientas guerras fratricidas.

Pero, ya saben, este país sigue siendo España y la paz no está de moda.