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La firma

¿Y si dejáramos de ver la mediación como una pérdida de tiempo?

"Hay que dejar de pensar en esquivar la mediación"

(Imagen: E&J)

Arturo Ortiz Hernández

Presidente de AOH Mediadores




Tiempo de lectura: 3 min

Publicado




La firma

¿Y si dejáramos de ver la mediación como una pérdida de tiempo?

"Hay que dejar de pensar en esquivar la mediación"

(Imagen: E&J)

A pocos días de la entrada en vigor de la nueva Ley de Eficiencia Procesal, se repite una idea en algunos entornos jurídicos: que la exigencia de acudir a mecanismos adecuados de solución de controversias (MASC) supondrá retrasar los procedimientos judiciales “cuatro meses más”. Como si fueran cuatro meses perdidos. Como si la mediación fuera una barrera artificial, una traba añadida. Y no lo es.

Lo que algunos llaman retraso, en muchos casos será precisamente el tiempo que evite años de conflicto. Si una mediación bien orientada consigue un acuerdo en semanas, ¿de verdad eso es “perder el tiempo”? ¿O no será más bien todo lo contrario: un atajo para evitar años de desgaste personal, económico y emocional?



No es una cuestión técnica, sino mental. En lugar de ver los MASC como una oportunidad para resolver antes, se siguen interpretando como una exigencia que hay que sortear. Una obligación incómoda. Hay despachos que ya están pensando en cómo justificar que no es posible la mediación para continuar directamente con la demanda. Lo hemos visto ya. Pero no se dan cuenta de que quizá lo más eficaz para sus propios clientes sería tomarse esos meses en serio y buscar una solución pactada.

(Imagen: E&J)



No es nuevo que haya resistencia al cambio. Pero lo preocupante es que ni siquiera se esté valorando la posibilidad de que este sistema mejore las cosas. Hay profesionales más centrados en buscar el atajo que en explorar si realmente hay una vía de acuerdo. Y eso, como abogado y como mediador, me preocupa.

Hace unos días recibimos en nuestra institución un caso que llevaba más de un año bloqueado. No eran los clientes los que no se hablaban, eran los abogados. La mediación no solo ayudó a desatascar el asunto, sino que rebajó el nivel de enfrentamiento y evitó otro año de espera. ¿Eso es tiempo perdido? No lo creo.

Además, hay una falsa idea muy extendida: que acudir a un MASC significa renunciar a la vía judicial. Y no es cierto. No se obliga a llegar a un acuerdo, solo a intentarlo. Si no funciona, se sigue adelante con la demanda, pero con la conciencia tranquila de haberlo intentado. Y muchas veces, con una mejor comprensión del conflicto que mejora incluso el proceso judicial posterior.

La ley no impone un modelo único. De hecho, da libertad para elegir el mecanismo más adecuado: mediación, conciliación, oferta vinculante, negociación asistida… Cada caso requiere su enfoque, y los abogados tenemos la responsabilidad de valorar qué opción conviene más a nuestros clientes, no solo cuál nos resulta más cómoda a nosotros.

(Imagen: E&J)

La mediación, la conciliación, el arbitraje o la negociación no son inventos nuevos ni ideas vagas. Son herramientas reales, con resultados comprobables. Pero para que funcionen, hace falta algo que no se legisla: voluntad. Voluntad de los abogados para explicar a sus clientes que ir a juicio no siempre es la mejor opción. Voluntad para cambiar el chip. Voluntad para dejar de ver los MASC como un obstáculo y empezar a verlos como una oportunidad.

La pregunta no debería ser “¿cómo me salto este paso?”, sino “¿qué gana mi cliente si resolvemos esto antes de llegar a juicio?”. Porque sí, a veces, esos meses de MASC son precisamente lo que salva a las partes de años de desgaste y frustración.

Es hora de dejar atrás la visión cortoplacista. La verdadera eficiencia no está en correr hacia el juicio, sino en resolver bien. Y para eso, hay que mirar a los MASC no como una molestia, sino como una vía legítima, eficaz y —cada vez más— necesaria.

Es hora de dejar de pensar en cómo “esquivar” la mediación y empezar a preguntarse cómo usarla a favor del cliente. Porque al final, el verdadero valor de un abogado no está en su habilidad para litigar, sino en su capacidad para resolver. Y resolver, muchas veces, empieza por hablar.

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