Del sueño al impuesto: así es el nuevo salario mínimo interprofesional
"La ministra de Hacienda siempre dice saber más"
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María Jesús Montero, ministra de Hacienda. (Imagen: La Moncloa)
Del sueño al impuesto: así es el nuevo salario mínimo interprofesional
"La ministra de Hacienda siempre dice saber más"
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María Jesús Montero, ministra de Hacienda. (Imagen: La Moncloa)
Qué subidón enterarte de que han subido, en cincuenta euros mensuales, el salario mínimo interprofesional (SMI); y qué bajona cuando te enteras de que no se ha actualizando el importe mínimo a partir del cual se obliga al asalariado a tributar, por lo que de esos cincuenta euros que cobrarían las personas más afectadas por la precariedad laboral, únicamente llegarán a sus bolsillos entorno a 28.
Claro, que desde 2018 el SMI se ha subido un 61%. Claro, que la inflación es papel mojado. Claro, que el SMI está poco a poco igualándose al mediocre salario de una gran parte de los españoles. Anteriormente, de clase media. Ahora, de clase baja, muy baja. Claro, que sería poco ético no obligar a los pobres más pobres de España a no pagar impuestos, cuando los ricos más ricos pagan tantos.
Tampoco tienen derecho a quejarse. Faltaría. Se les ha subido el sueldo 28 euros. Que se compren unos pantalones. Que paguen la mitad de la factura del gas. Son unos afortunados. Con tanto, tienen hasta para ir un día a desayunar en pareja a un bar. Pero, qué se yo si tomo como verdad absoluta la dicha por María Jesús Montero, ministra de Hacienda, que ha expresado bien alto y bien claro que este nuevo salario mínimo —de 16.576 euros anuales distribuidos en catorce pagas— es «digno» y, por tanto, conlleva «derechos y deberes» para con la AEAT.
Sin embargo, ahí esta. Temerosa. Insistente. Clara. Una vocecilla que me susurra al oído que esta medida solo puede ser una cosa: populista. ¿Punitiva? No. Está claro que no. Pero pareciera que se esté castigando a los asalariados peor pagados de España. Ajo y agua. Sobre todo porque se juega con su ilusión y esperanza. Ilusión, por cobrar más. Esperanza, por creer que algún día su sueldo llegará a estar igualado o, al menos, aparentemente igualado con la inflación. Ah, no. Perdón. Que la inflación es solo un producto de nuestra imaginación.
Por eso, mucho ruido y pocas nueces. Como quien dice. Que realmente la ministra de Hacienda piensa que le está haciendo un favor a los preceptores del salario mínimo interprofesional. Claro, dice, únicamente afectará esta tributación a 460.000 españoles. Lo contrario, es decir, no obligarles a tributar, supondría una pérdida de recaudación de 1.500 millones para las arcas públicas. Quién, si no los pobres, puede dar más. ¿No será que se destinan mal nuestros impuestos y que, si hubiese un control racional, no sería tan necesario intentar siempre recaudar más y más? Digo. Pero, claro, la ministra de Hacienda siempre dice saber más.
Y no es por ser pretenciosa. Tampoco pedante ni vanidosa. Más bien porque lo tengo harto reciente y porque considero que viene como anillo al dedo en este hostil contexto; pero es que la semana pasada leí Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, y no pude sino maravillarme por todas las reflexiones que se hacían a lo largo del manuscrito, en concreto, por la siguiente: «La ceguera no es más que una enfermedad del cuerpo, la verdadera ceguera reside en la mente».
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