«Opositar a judicatura es renunciar a tu juventud»
Cuatro jóvenes cuentan cómo se enfrentan a una de las oposiciones más complicadas
Examen de oposiciones (Foto: CGPJ)
«Opositar a judicatura es renunciar a tu juventud»
Cuatro jóvenes cuentan cómo se enfrentan a una de las oposiciones más complicadas
Examen de oposiciones (Foto: CGPJ)
A Alberto se le derraman las palabras. No habla de forma atropellada, pero sí a una velocidad digna de un presentador de concursos en una cuenta atrás. Una idea detrás de otra, de carrerilla, pero de forma estructurada, como si alguien le apremiase a encajar el tema en un tiempo determinado. «Son las consecuencias de la oposición, ahora tengo incontinencia verbal si salgo por ahí alguna vez. La cantidad de palabras que puedo meter en un minuto no es normal». Alberto no se llama Alberto, pero él cree que «su nombre aquí no es lo importante».
Alba lleva cinco años preparando la oposición, los cumplió hace poco, pero su discurso no es el de una persona cansada. Desde que empezó la carrera, tenía claro que su vocación no era ejercer como abogada y, por eso, se lanzó de cabeza a la oposición. “Una oposición no es como una carrera: aquí sabes cuando empiezas, pero no cuando acabas”, comenta sin un ápice de resignación en la voz. “Siempre aparecen en las noticias personas que han aprobado después de uno o dos años estudiando, pero la realidad de la escuela judicial es que acaba llegando gente veterana, con años a sus espaldas”. Ella no se pone un número de horas al día, va por objetivos, dice. Luego lo traduce al idioma del opositor: “hay días que echo ocho o nueve horas y días que dedico doce o trece”.
Cristina empezó opositando a judicatura porque quería ser fiscal.“En un principio me iba a decantar por Cuerpos Generales de la Administración de Justicia, pero me animaron a que me preparase judicatura. El primer año todo fue bien. Iba a los cantes muy motivada y me encantaba”, cuenta. Luego la cosa empezó a torcerse. Confiese que ella no es el “ejemplo de opositora ideal”. “A veces cumplo los objetivos, pero otras no. También puedo estar dos días en los que no tengo ganas de estudiar y de repente, pasados esos días, estudiar muchísimo. En mi caso depende mucho del estado de ánimo. No puedo decir que estudie ocho horas diarias porque estaría mintiendo. Estudio hasta que dejo de rendir mentalmente”.
Para la mayoría de los opositores, este proceso es una montaña rusa. Hay días buenos, malos y… muy malos. Los bajones están ahí y, con el paso del tiempo, en algunas personas crece la impotencia, pero también la experiencia para saber cómo afrontar emocionalmente esta etapa. Para Alberto, que lleva cuatro años estudiando y se ha presentado tres veces, la constancia es fundamental. “Yo no era una persona nada constante durante la carrera, pero ahora creo que es algo esencial para la oposición. Si faltan otras cuestiones, se suple con esfuerzo, pero si no hay constancia, lo mejor es dejarlo. Otro requisito es el ánimo. Hay que empezar totalmente decidido, aunque sabes que las ganas van a menguar a lo largo del proceso”, afirma. Alberto volvió a aprobar el primer examen este año, al que se presentó junto a otros más de 3680 candidatos y está a la espera de saber qué sucede con el segundo. “En el momento en que no te sientas con capacidad de aguantar es cuando hay que dejarlo. No depende tanto del tiempo sino de la persona, depende cómo se encuentre uno física y mentalmente. Yo voy por etapas, sé que es una carrera de fondo”, coincide Alba.
Opositar es renunciar a cuestiones importantes. “Para opositar a judicatura renuncias a tu juventud. El tiempo va pasando y eso no se recupera. Y lo que mas cuesta llevar es la incertidumbre sin saber si lo vas a conseguir”, lamenta Alba, que añade que también renuncian a progresar económicamente y que vive como si estuviese en la facultad, pero con mucho menos tiempo para ella. Alberto piensa igual y afirma contundentemente que no es posible saber cómo se sienten si no se ha pasado por ahí. “Ves a tu alrededor como sigue la vida y la gente va estabilizándose e independizándose mientras tu sigues estancado. Yo a los dos meses me quité las redes sociales para no ver cómo los demás vivían porque tú estás solo en tu cuarto estudiando. Si tienes algo de vida social, siempre va a tener que estar constreñida por el estudio. Ni verano, ni vacaciones, ni puentes…” Opositar es pasar muchas horas solo con tus apuntes, aislado. “Tenía miedo a que la oposición cambiase mi forma de ser. Siempre he sido una persona muy alegre y positiva. Ya no sé si lo soy aunque espero volver a serlo. Y cuando quedo con gente ya no me relaciono igual», reconoce Alberto. «Yo estoy dispuesta a sacrificar hasta un punto, pero no a dejar de vivir», zanja Cristina.
«Tenía miedo a que la oposición cambiase mi forma de ser»
A -así vamos a referirnos a ella, con la inicial de su nombre, porque también ha preferido que no se la pueda identificar- lleva algo menos estudiando: dos años y medio. “No tengo pensado dejarlo a corto plazo y tengo claro que si lo dejo en un futuro, no será porque llegue un momento en que piense que la oposición haya acabado conmigo, sino porque se pongan otras cosas en mi camino que me entusiasmen más que la idea de administrar justicia, que me hagan sentir realizada, sean medio para servir a los demás y me aporten estabilidad económica”. Asegura que, aunque lo dejara, nunca se arrepentiría de haber comenzado porque considera que las oposiciones no dejan de ser un proceso de aprendizaje. “No creo, como a veces oigo decir, que estemos perdiendo nuestra juventud y nuestro tiempo entre temas, códigos y actualizaciones, no creo que seamos víctimas”, incide A. “También atraviesan dificultades mis compañeros abogados que cobran 1200 euros por trabajar como falsosautónomos 10 horas al día en un despacho sin visos de contrato de trabajo y la inseguridad hacia futuro llamandoa la puerta constantemente. También atraviesan dificultades los que ya son jueces y fiscales, con un sueldo que no está en proporción a sus funciones”, añade. Los demás participantes en este reportaje aseguran que, en muchas ocasiones, la oposición anula cualquier otra faceta de su vida. A también se siente a veces anulada pero, en cambio, asegura que no se reconoce como “opositora, no es mi identidad”, que simplemente es una persona que oposita y hace otras tantas cosas.
Son tres exámenes: un test y dos orales en los que «cantan» los temas. Van por fases y son eliminatorios y el fallo en uno de ellos supone volver a la casilla de salida. La oposición para ser juez o fiscal requiere una formación en 328 temas relativos a derecho constitucional, derecho civil, derecho penal, derecho procesal civil, derecho procesal penal, derecho laboral, derecho mercantil y derecho administrativo. Estudian especialmente el Código Penal y las leyes penales especiales, así como la doctrina sobre todas esas leyes y la jurisprudencia del Tribunal Supremo, del Tribunal Constitucional, del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. La media de formación es de cinco años y medio a los que hay que sumar los cuatro años previos del grado en derecho. Y no se acaba ahí: después de aprobar la oposición, se realiza un año de formación en la Escuela Judicial y otro año de prácticas.
Mi mayor crítica es que no se valoran los conocimientos de la persona sino la capacidad de memorizar que tiene esa persona. No sabría cuál es el sistema más adecuado, pero no creo que sea este”, dice Alba. “Por un lado,es un filtro objetivo tanto para el Estado en la elección de personas con determinadas habilidades, como para losopositores que tienen este periodo para verificarse en la vocación. Por otro lado, el proceso es anacrónico, porque la extremada capacidad memorística que se exige no responde ni a la realidad práctica de la sociedad informatizada que luego encontrará el juez o el fiscal ni la inestabilidad legislativa (reformas, populismo punitivo…)”, se queja A.
Aunque a veces empiezan a estudiar por su cuenta, lo más habitual es que recurran a un preparador, un juez o fiscal que les ayude a gestionar el elevado volumen de materia, que les ofrezca pautas, que les escuche cuando cantan los temas y les corrija. “Veo, a veces, un poco elevados los precios que se pagan al preparador. En mi caso empecé pagando 200 euros al mes, que me parece una barbaridad. Se lo entregaba en un sobre. Y no me gustaba porque se limitaba a escucharme. Luego tuve otro al que pagaba 150 euros al mes, que se los repartía con otro juez. Con este si que avancé mucho más. Hace falta un preparador que exija mucho, pero deben entender también tus circunstancias”, apunta Cristina.
Según el artículo 344 del Reglamento de la Carrera Judicial, “la preparación para el acceso a la función pública, que implicará en todo caso incompatibilidad para formar parte de órganos de selección de personal, sólo se considerará actividad exceptuada del régimen de incompatibilidades cuando no suponga una dedicación superior a setenta y cinco horas anuales y no implique incumplimiento de la jornada de audiencia pública. Si la actividad a que se refiere este artículo requiriese una dedicación superior a setenta y cinco horas será necesario solicitar la previa declaración de compatibilidad”. Si echamos un vistazo en internet, se pueden encontrar preparadores para auxilio judicial, letrados de la administración de justicia en su mayoría, por precios que van entre los ocho y los 20 euros la hora. También hay quien expone un paquete completo por 120 euros al mes, aunque no ofrece servicio presencial desde 2020, cuando llegó la pandemia. En cambio, para judicatura, los precios de la primera magistrada que encontramos ascienden a 45 euros la hora y 190 mensuales, en el caso de Madrid. Es fácil dar con páginas webs que ofrecen el temario a cambio de una suscripción y ver anuncios de magistrados que piden que contactes con ellos y no anuncian públicamente el precio de sus sesiones de preparación.
Cristina no es la única que cuantifica: «De media al mes, el gasto que conlleva la oposición asciende a unos trescientos euros aproximadamente. El año pasado se concedieron becas a los opositores de estas carreras. Muchos necesitábamos esta beca, muchos compañeros míos más que yo, compañeros que están en una situación familiar muy desfavorecida, a los cuales no se la concedieron», critica A.
Ella ya no estudia para judicatura, pero sigue estudiando: “tras meses de darle vueltas a la cabeza ya me decanté por empezar a opositar a lo que en un principio quería, a Cuerpos Generales de la Administración de Justicia. Mi preparador lo entendió. A mi familia le costó al principio. Y pienso que, a día de hoy, es la mejor decisión que pude haber tomado. Estoy más motivada estudiando y me gusta más. No tengo esa presión fortísima que tenia en judicatura. Tengo presión, pero es diferente. Aún así nunca me quito de la cabeza el pensamiento intrusivo de qué haré si no lo consigo”, confiesa.
De todos ellos destaca la vocación de servicio público. Alberto cambia el tono cuando dice que solo está contando la parte mala y que puede ver en sus compañeros cómo el esfuerzo tiene su recompensa. Hace cuatro años, cuando empezó, eran cinco; uno de ellos lo dejó pasado un año y los otros tres ya han pasado.
Alba sostiene que “se ve con fuerzas para continuar. Sé que, si no sale, hay otras oposiciones a las que puedo aspirar con mis conocimientos, siempre aparecen nuevas metas”, pero, de momento, sigue centrada en su objetivo. «Quien lo consigue dice que merece la pena, da igual los años. Yo pienso que sí, que están en lo cierto» y aunque no la veo, casi podría afirmar que le brillan los ojos mientras lo dice.