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De la contabilidad creativa a la contabilidad delictiva

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De la contabilidad creativa a la contabilidad delictiva



 

1.- Crecer endeudándose



Así son las cosas. Al final, ya se sabe, todas las defecaciones contables acaban flotando. Los delirios de grandeza, las inversiones faraónicas, la magia hechicera de los balances, los juegos de manos con las cuentas de resultados, en suma, los trucos y trucajes se destapan. Messier fue posiblemente víctima de su propia grandeza y esclavo de sus delirios, lanzándose a un crecimiento empresarial desmesurado para convertir a Vivendi en la más grande pero, simultáneamente, él mismo se hacía aún más grande. Luego, aflora el pecado capital de la avaricia que va de consuno con la lujuria. Todo eso, es decir, crecimientos empresariales rompiendo coordenadas sensatas y provocando dispendios desorbitados por culpa de los pecados capitales en el contexto de un frenético «glamour´´, necesitan balones, por no decir que globos, de financiación fresca, contante y sonante. Crecer endeudándose es la peor de las trampas en que un empresario puede caer, máxime si no es capaz de controlar el endeudamiento y si para mayor inri las inversiones no dan los frutos esperados, no maduran con la celeridad prevista y como remate los gastos aumentan exponencialmente mientras que los ingresos suben tímidamente. El crecimiento sano exige que a raíz de los aumentos de las capacidades productivas de la empresa, sus cuentas de resultados den la talla. Sólo así será posible, gracias a los excedentes que se generen, cosechar la autofinanciación necesaria ñ llámese cash flow, si se prefiere ñ para devolver la deuda contraída y retribuir al conjunto de factores productivos intervinientes en el proceso empresarial. Si eso no es así, entonces ¿para qué diantre crecer? ¿Por aquello de qué dirán, por aquello de impresionar a unos y otros, por ego, por vanidad?



 

Como los números de Vivendi tras hacerse con Seagram no cuadraban con las alegrías previstas, tuvo que hacerse un apaño de empaque: recomprar acciones por más de 7.000 millones de euros en 2001. Todas las regulaciones y prevenciones que actúan como mecanismos de control y garantía sobre esa figura tan controvertida que es la «autocartera´´ se hacían añicos. De ahí a que se manipulen balances sólo hay un pequeño pero gran paso. Que la cotización de los títulos sea artificial y esté hinchada es una consecuencia absolutamente lógica. Que se escondan pasivos, por ende, no tiene que resultar extraño. Que los ingresos se inflen, bajo esas condiciones, se antoja consecuente. Que los gastos se recorten suena a perogrullada. A la postre, se prostituyen los resultados con el torticero propósito de travestirlos, arrojando apetitosos beneficios donde o simplemente no los hay o, en el mejor de los casos, no son los que se dice que son.



2.- «Cultura del pelotazo´´

Detrás de todo ello subsiste una lacra de ese terrible «cortoplacismo´´ que rinde pleitesía a la llamada «cultura del pelotazo´´. «Stock options´´, «bonus´´, premios, gratificaciones y demás prebendas sobre unas ganancias artificiales que se destinan a quienes, gestionando la empresa y manipulando sus cuentas, han de percibir todas esas mamandurrias, empeñados en maquillar los entresijos económicos. Unos balances que se adornan y disfrazan en la información periódica que se reporta a los mercados y a los usuarios de la información contable donde la espada del «cortoplacismo´´ los moldea a su libre antojo con la finalidad de engatusar a los pequeños inversores y embaucar a los cándidos ahorradores que, embelesados por las magníficas y acicaladas puestas en escena, con efectos dramáticos bien dosificados, van desplazando sus ahorrillos hacia donde oyen los cantos de sirena, dirigen sus dineros allá donde reina la fantasía financiera, donde florecen los encantos económicos.

 

Al levantarse el bien labrado y estupendamente decorado telón de las cuentas, !la función acaba! Se observan los granos y furúnculos contables, se aprecia la deleznable y cruel realidad: se está ante un páramo patrimonial. La inversión del modesto ahorrador por arte de birlibirloque se ha esfumado. El repugnante «cortoplacismo´´ ha triturado aquellas inversiones. El dinero colocado en su día con tanta ilusión ha cambiado de manos para recalar en los bolsillos de ejecutivos agresivos, altivos y prepotentes, perdonavidas, que se mueven de un lugar a otro rodeados de un despliegue de medios propio de los más potentados jeques árabes cuyo petróleo sale por sus orejas. Todos esos gastos, precisémoslo, van a cargo de la cuenta de resultados de la empresa que ve como entra en barrena, los sufraga el pobre accionista que no capta que el beneficio empresarial, por mor de tanto dispendio, se empequeñece. Hablamos, evidentemente, de empresas mal llevadas donde el ego prevalece por encima de cualesquiera otros valores.

 

Casos como el de «J6M´´ y Vivendi y otros de similar pelaje, ¿no podrían detectarse a tiempo por parte de los organismos encargados de la supervisión de los mercados financieros? ¿Por qué no?

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