Historia del cine judicial: se declara abierta la sesión
Comparto una selección personal de magníficas películas judiciales que marcaron una época y un género
Algunas de las películas jurídicas de las que poder disfrutar este verano. (IMAGEN: FREEPIK)
Historia del cine judicial: se declara abierta la sesión
Comparto una selección personal de magníficas películas judiciales que marcaron una época y un género
Algunas de las películas jurídicas de las que poder disfrutar este verano. (IMAGEN: FREEPIK)
La historia del cine debe mucho al denominado en inglés courtroom drama, es decir, la dramatización cinematográfica de la celebración de juicios. Para ello resulta imprescindible un guion que sea creíble y atrape al espectador, una buena trama y un mejor desenlace acompañados de unos excelentes actores y actrices que se metan en su papel, ya sea de juez, fiscal, abogado defensor o acusador, acusado, testigo y, claro, todo ello en una sala de juicios en la que no falte nada, ni menos el jurado integrado por doce ciudadanos.
Los demás elementos escénicos resultan complementarios: la intervención del perito, del forense, del detective sagaz, de la policía, el despacho del abogado defensor, a veces destartalado, otras veces ubicado en un barrio del extrarradio y otras en la mejor manzana de Nueva York o de Los Ángeles, el bar donde ahogan sus penas los protagonistas intentando adelantarse a la jugada del Ministerio Fiscal, salpicado de alguna que otra aventura amorosa, reencuentro familiar o regreso a un pasado que parecía haberse desvanecido.
Sea como fuese, todo da comienzo con la detención del sospechoso a quien la policía lee sus derechos: “Tiene usted derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede ser empleada en su contra en un tribunal. Tiene derecho a realizar una llamada y a hablar con un abogado. Si no cuenta con los medios suficientes para contratarlo, se le asignará uno”.
Películas judiciales hay muchas y muy buenas, remontándose a los inicios del séptimo arte, como L´affaire Dreyfus una crónica rodada en 1899 que relata la acusación contra el capitán del ejército francés Alfred Dreyfus; o The Kleptomaniac (1905) en la que se denuncia la falta de imparcialidad a la hora de enjuiciar la esposa de un banquero que roba en una tienda y el de una mujer pobre que se apropia de una barra de pan para alimentar a sus hijos. Otras películas pioneras fueron Back of the man (1917), Within the Law (1916) o The Woman Under Oath (1919), esta última un antecedente de Doce Hombres sin Piedad (1957).
Ya en 1929 destaca The Kiss, con Greta Garbo de protagonista, interpretando a una mujer infelizmente casada con un empresario mayor que ella y enamorada de su apuesto abogado, que mata a su marido después de que este la descubra besando a un joven estudiante.
Otra película de culto la encontramos Judge Priest, 1934, a la que le siguió The Sun Shines Bright, en 1953.
El conflicto racial entre blancos y negros en los EE UU ha sido una constante en las películas judiciales, de la que Furia, en 1936, puede ser un buen exponente, interpretada por Spencer Tracy y Sylvia Sidney, dirigida por Fritz Lang.
Otra película de interés es El asunto del día, rodada en el año 1942, en que Cary Grant interpreta a un hombre acusado injustamente de incendiar la fábrica en la que trabaja. Convencido de que no tendrá un juicio justo, se escapará de la cárcel y se refugia en la casa en que se hospeda un decano de la facultad de derecho. El preso tratará de convencer al profesor, encarnado por Ronald Colman, de que su visión teórica de la jurisprudencia está alejada de la realidad, y aunque el decano está a punto de ser ocupar una vacante en el Tribunal Supremo, acepta el caso tomando partido al comprobar las numerosas irregularidades del proceso.
En México se rodó Ahí está el detalle (1940), con Mario Moreno (Cantinflas) de protagonista, película que critica el lenguaje jurídico y su uso para distorsionar la realidad, todo dentro de un ambiente surrealista propio del personaje.
En 1938, en plena guerra civil, se rodó en nuestro país Nuestro culpable, una crítica a como los sectores dominantes de la sociedad, como la banca y el poder judicial, se alían para perpetuar sus privilegios, en un argumento coherente con los preceptos liberales de la República con referencias al divorcio, el matrimonio civil la independencia de las mujeres y la homosexualidad, antes de que fueran considerados tabú por el régimen franquista.
Precisamente tras el franquismo triunfó en las pantallas españolas El crimen de Cuenca (1980), dirigida por la siempre poliédrica Pilar Miró y protagonizada por Amparo Soler Leal, Héctor Alterio, Daniel Dicenta, José Manuel Cervino y Fernando Rey. Una película que tuvo que sortear todo tipo de obstáculos, entre ellos el de la censura, pero también un posible procesamiento de Pilar Miró ante la jurisdicción militar.
Marcadas igualmente por la polémica, debemos destacar El proceso de Burgos (1979), sobre el juicio sumarísimo de 1970 contra 16 miembros de ETA.
El experto en cine Alfonso Bueno López, en su libro Visto para sentencia. La justicia en el cine, se refiere a diversas etapas de la filmografía judicial: Orígenes del cine judicial (1899-1948); La edad de oro (1949-1962); Una etapa de transición (1963-1982); El auge del thriller judicial (1983-1999); y el Nuevo cine judicial (2000-2023).
Seguidamente, me referiré a ocho películas que, a mi parecer, reúnen todos los ingredientes que hacen posible que el espectador esté atento a la pantalla y tome posicionamiento ante el eventual veredicto del jurado. Evidentemente, se trata de una selección personal, sujeta a otros criterios, pero que pueden ser perfectos testigos de la importancia del género de la Justicia en el cine.
La Costilla de Adán (Adam’s Rib, 1949)
Protagonizada por la inconmensurable pareja formada por Spencer Tracy y Katharine Hepburn, trata de un matrimonio que comparte la profesión jurídica, enfrentados en un litigio en que ella defiende a la esposa que ha intentado matar a su marido tras sorprenderlo con su amante.
Dirigida por George Cukor, las escenas cómicas e hilarantes salpican la historia con numerosos detalles, como el de Tracy sacando de su bolsillo una pistola que dirige amenazante a su boca para, seguidamente, darle un mordisco y exclamar lo bueno que era el regaliz con la que estaba hecha.
Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957)
El director de esta película fue Billy Wilder quien sabía que para un drama que se desarrolla en el ambiente cerrado de una corte judicial debía recurrir a unos flashbacks que le aportaran contexto al drama, pero, ante todo, sabía que necesitaba encontrar un actor que le diera un sólido respaldo y eso lo encontró en un hombre tan veterano y tan absolutamente profesional como Charles Laughton, que supo llenar de variados matices dramáticos y humorísticos al personaje de Sir Wilfrid Robarts, un curtido abogado defensor que, ante la gris perspectiva de un semi retiro profesional debido a un ataque cardíaco al que acaba de sobrevivir, decide aceptar un caso criminal adicional, algo casi seguro, la acusación de asesinato que le hacen a un hombre, Leonard Vole (Tyrone Power), quién exuda seguridad, confiabilidad e inocencia, y que tiene en su esposa la coartada requerida.
Todo parece marchar bien, hasta que Sir Wilfrid conoce a Christine Helm y encuentra en ella algo muy opuesto a lo que creía hallar. En vez de la esposa comprometida con el caso de su esposo, ve, en cambio, a una mujer pendenciera, ambigua, dispuesta a hundir a su marido si le dan la oportunidad. El juego acaba de empezar y el abogado defensor no logra entender que se trae entre manos esta dama que se niega a flaquear, inconmovible en su posición indiferente y desengañada, con ganas de desquitarse de un hombre al que ella puede hundir. La posibilidad de que Sir Wilfrid haya encontrado un rival de su altura es real.
Lo que veremos será entonces un enfrentamiento en los estrados, un pugilato de poderes entre el abogado defensor y la mujer, llamada a testificar por la fiscalía, feliz de contar con semejante aliado. ¿Será que se sale con la suya y logra perjudicar a su marido? El tira y afloje verbal es tan afilado que cada palabra corta en pedazos la siguiente, pero Wilder desea que esperemos, que la situación se prolongue, adquiere elementos nuevos con toques -aparentemente decepcionantes- de deus ex machina, y al final las cosas se retuerzan aún más y ante nuestros asombrados ojos se haga justicia. Y quedamos -otra vez- sorprendidos por la solvencia narrativa de Wilder. Es, sin duda, la mejor película de Hitchcock que Hitchcock no hizo.
Los derechos de la obra los había comprado el productor Edward Small, quien junto al coproductor Arthur Hornblow Jr. -aquel que le había dado la oportunidad de dirigir a Wilder por primera vez con The Major and the Minor (1942)- le ofreció el papel de Christine a Marlene Dietrich. Ella, a su vez, sugirió el nombre de Wilder como director. Recuerda Wilder ante la biógrafa Charlotte Chandler que «Dirigí la película porque Marlene me lo pidió y además me gustaba la historia. Muy Hitchcock.
Ella quería interpretar el rol y si yo la estaba dirigiendo, tenía más probabilidades de lograrlo». La vinculación de Wilder a este proyecto seguramente ocurrió cuando este aún no terminaba su primer guion con I. A. L Diamond o quizá este último no estaba disponible en el momento. Como fuera, esta película sería el último proyecto que Wilder emprendería sin su nuevo colaborador. El primer borrador de la adaptación de la obra de Agatha Christie lo inició con el escritor Larry Marcus, pero luego el productor Hornblow le pidió al exitoso guionista y escritor de novelas de detectives Harry Kurnitz que se desplazara desde París y que trabajara con Wilder en el texto.
Las películas que trascurren durante juicios usualmente contienen diálogos de gran brillantez, pero Testigo de cargo está muy por encima del promedio, sobre todo porque estos ocurren tanto dentro como fuera de los estrados. Wilder y sus coguionistas dotaron la película de divertidas situaciones humorísticas, que provienen en su mayoría de la relación entre Sir Wilfrid y la enfermera que lo cuida (Elsa Lanchester, esposa de Laughton), personaje que incluso no estaba en el drama original.
El abogado trata de escapar a su vigilancia, para fumar y beber a sus anchas, mientras ella insiste tozudamente en su labor, generando un contrapunto permanente. La enorme figura de Laughton le da una presencia escénica y una autoridad en sus discursos ante la corte que nadie logra opacar, aunada a la simpatía que despiertan sus trucos para despistar a tan persistente cuidadora que lo persigue incluso hasta el mismísimo tribunal.
De veinte formas distintas podía improvisar Laughton una escena y siempre era mejor, siempre tenía tonos nuevos, siempre lograba que adquiriera resonancias inesperadas. Incluso una vez recitó los textos del juez, del fiscal y de Marlene.
Para interpretar a Leonard Vole, Wilder quería a Kirk Douglas, pero pensó que este era demasiado rudo. Tyrone Power parecía una buena alternativa, pero el actor estaba indeciso al no tener el rol principal. El productor Small lo convenció con una buena propuesta salarial -trescientos mil dólares- y un contrato de tres películas que no llegó a cumplirse. Esta sería su última cinta, pues el actor moriría en España en noviembre de 1958 durante la filmación de «Solomon and Sheba».
“Testigo de cargo” fue nominada a seis premios de la Academia de Hollywood. Charles Laughton fue nominado a mejor actor y Elsa Lanchester para mejor actriz de reparto.
La película fue también candidata al Oscar a mejor película, director, sonido y edición. Y aunque no obtuvo ninguno, se convirtió desde un principio en favorita del público: en taquilla triplicó los tres millones de dólares que costó su producción.
En resumen, una película icónica que ningún jurista debiera perderse y, para quienes, como yo, la ha visto varias veces, una oportunidad de analizarla con detalle, profundizando en los personajes y en el sistema judicial inglés.
12 hombres sin piedad (12 Angry Men, 1957)
La película recrea la deliberación de un jurado tras un juicio por asesinato y las tensiones que, tras la primera votación, se producen entre todos los miembros del jurado. Uno de ellos, encarnado por Henry Fonda, logrará convencer al resto de la no culpabilidad del joven marginal acusado de matar a su padre, de modo que cambie su veredicto.
La deliberación transcurre en una sobria habitación, con los personajes sentados alrededor de una mesa y donde el calor reinante exasperaba aún más los ánimos del jurado, estando en juego nada más ni nada menos que el principio de inocencia, sobre el que debaten los estereotipos sociales caucásico y masculinos de la sociedad estadounidenses, prescindiendo de mujeres, negros y latinos, por aquella época marginales.
En una tarde de un viernes sumamente caluroso, doce miembros de un jurado de Nueva York se reúnen para deliberar tras un juicio que ha durado cinco días. La acusación es de homicidio con premeditación. La decisión debe ser tomada por unanimidad, y si es de culpabilidad, conlleva la pena de muerte en la cámara de gas. El acusado es un joven de diecinueve años y la víctima era su padre. Se celebra una primera votación y solo el jurado número 8 vota por la inocencia.
Afirma que cree que, dada la gravedad de la pena, deben dedicar algo más de tiempo al análisis del caso. Se decide dar un turno de palabra a cada uno para intentar convencer al disidente. Las pruebas parecen contundentes: el anciano que vivía en el piso de debajo oyó las palabras amenazadoras del joven y el ruido del cuerpo de la víctima al caer, salió a la escalera y vio salir al joven; la coartada del acusado es endeble, pues dijo haber estado en el cine, pero nadie le vio allí y no supo decir a la policía la película que vio, ni los actores que trabajaban en ella; la vecina de enfrente vio el crimen a través de las ventanillas de un tren; los vecinos dijeron que había habido esa tarde una pelea entre padre e hijo durante la que el padre golpeó al joven; el historial delictivo del acusado es extenso…
La temperatura y las discrepancias caldean los ánimos y provocan varios enfrentamientos. Finalmente, los jurados 3 y 4 recuerdan que la navaja que se encontró clavada en el pecho de la víctima era igual que una que había comprado el acusado esa misma tarde y que tenía un aspecto peculiar. El joven dijo que debió haber perdido la navaja. Cuando el alguacil les trae la navaja, el número 4 la clava sobre la mesa de forma contundente, haciendo notar que es muy particular y probablemente única. El 8 replica sacando una navaja idéntica y clavándola sobre la mesa.
Tras el golpe de efecto, el número 8 propone desbloquear la discusión con una votación secreta en la que él no participará. Si los once votan por la culpabilidad, él aceptará la decisión; si alguno vota «inocente», continuará la discusión. El jurado número 9 rompe la unanimidad y sigue el debate. Se discute el testimonio del anciano que vivía debajo de la víctima.
El número 8 dice que no pudo oír las voces con el ruido del tren que pasaba. El número 9 cree que el anciano pudo exagerar su testimonio para obtener un momento de notoriedad. El número 5 cambia su voto. El número 11 se pregunta por qué volvió el acusado al lugar del crimen, dudas que son respondidas por otros. Una nueva votación añade al número 11 al bando de la inocencia, ocho contra cuatro. Se discute si el anciano pudo llegar desde su dormitorio hasta la puerta a tiempo de ver salir al acusado. El número 8 hace un experimento recorriendo la sala arrastrando la pierna y concluye que fue imposible que el viejo llegara a tiempo.
La demostración y una discusión entre los números 8 y 3 convencen a otros y se produce un empate a seis. Como el número 4 insiste en que el acusado no recordaba nada de la película que supuestamente había visto, el número 8 le pregunta lo que había hecho los últimos días. Finalmente, acepta que el lunes estuvo en el cine y demuestra haber olvidado algunos detalles de una de las películas que vio. Se discute después, a instancias del número 2 la forma en que se clavó la navaja: desde arriba hacia abajo, a pesar de que el acusado era quince centímetros más bajo que la víctima.
El número 3 hace una peligrosa demostración usando al número 8 como blanco, pero el número 5 —con conocimiento del tema debido a su origen social— afirma que un joven experimentado nunca hubiera usado así el arma. La discusión mueve a otros tres jurados a decantarse por la inocencia. Un discurso cargado de prejuicios del número diez provoca el rechazo unánime de sus compañeros. El número cuatro insiste entonces en el testimonio visual de la vecina de enfrente. Es entonces el número 9, quien recuerda que la testigo tenía marcas que indicaban que utilizaba gafas, y que no las llevaría estando acostada. Esto hace que el número 3 se quede solo defendiendo la culpabilidad, hasta que modifica su decisión y se acuerda un veredicto de inocencia por unanimidad.
En 1997, William Friedkin dirigió un remake televisivo, con Jack Lemmon y George C. Scott en el reparto, y la presencia como miembros del jurado, ahora sí, de afroamericanos y la breve aparición de una juez.
En nuestro país, dentro del espacio Estudio 1, se estrenó el 16 de marzo de 1973 en TVE la versión teatral española de 12 hombres sin piedad, dirigida por Gustavo Pérez Puig, con un excelente reparto de actores de aquella época como José Bódalo, José María Rodero, Luis Prendes, Jesús Puente e Ismael Merlo, entre otros.
Veredicto final (The Verdict, 1982)
Dirigida por Sidney Lumet, es considerada como la película que marcaría el fin de la era clásica del cine judicial. Interpretada por Paul Newman, encarna al abogado Frank Galvin jugando al pinball junto a la ventana de un bar. Los cristales están decorados con unos deslucidos adornos navideños. Tras la ventana, las calles vacías y los árboles desnudos de un Boston invernal.
El letrado parece consumido por las sombras. Una jarra de cerveza apoyada en el alfeizar brilla más que él, Cuando pierde una parida, Galvin da un trago a la cerveza y una cala a un cigarrillo, con el semblante envejecido alcoholizado, vencido, tocando fin en su triste y apagada vida, derrotado porque en los últimos cuatro tres años solo ha tenido tres casos y los ha perdido todos.
Pero, de improviso, se le presenta un nuevo caso, quizás el que le saque de la miseria moral y económica en que se ve sumido, y acepta el de una joven que ha quedado en coma y ha perdido a su hijo porque en un hospital, gestionado por la arquidiócesis de Boston, le administran mal la anestesia durante el parto.
Consigue en una ardua negociación una buena indemnización, pero entonces surge del fondo de su corazón el deseo de hacer justicia y reflexiona diciendo: “No seré más que un acaudalado cazador de ambulancias. Si tomo el dinero estoy perdido”. Frank, entonces, decide ir a juicio y oculta a su cliente la oferta económica del archidiócesis.
Legítima defensa (The Rainmaker, 1997)
Dirigida por Francis Ford Coppola e interpretada por Matt Damon, Mickey Rourke, Danny DeVito, Jon Voight, Dean Stockwell, Danny Glover, Mary Kay Place, Claire Danes, Virginia Madsen y Roy Scheider. Está basada en la novela homónima de John Grisham de 1995.
Rudy Baylor (protagonizado por el actor Matt Damon) es un recién licenciado en Derecho que intenta seguir los pasos de grandes profesionales para convertirse en un buen abogado.
No duda en aliarse con un veterano en la profesión, Deck Shifflet (encarnado por Danny DeVito) y comienza a trabajar en un prestigioso bufete al servicio de una poderosa compañía de servicios médicos. Pronto tendrá que lidiar con el caso complicado de un chico moribundo afectado de leucemia y con la compañía de seguros que se niega a sufragar los gastos médicos.
Filadelfia (Philadelphia, 1993)
Esta película, dirigida por Jonathan Demme y con un excelente reparto de actores, como Tom Hanks, Denzel Washington y Antonio Banderas, narra la historia de Andrew Beckett, un joven y prometedor abogado de Philadelphia, que es despedido del prestigioso bufete en el que trabaja cuando sus jefes se enteran de que ha contraído el sida.
Decide entonces demandar a la empresa por despido improcedente, aunque en un principio ningún abogado acepta defender su caso, recurriendo finalmente a un antiguo rival de los juzgados para que los represente, el abogado Joe Miller. Aunque finalmente vence en el pleito, muere a los nueve meses de presentar su demanda.
La película, que costó 26 millones de dólares y recaudó 206 millones en todo el mundo galardonada con dos Óscar, aborda con realismo la enfermedad del sida y sus estragos, tantos sociales como profesionales que comportaba contraerla, en una época en que quien la contraía estaba irremediablemente condenado a morir.
A destacar la frialdad con que la abogada del bufete demandado, apoyada en la sala por su socio, defiende la legalidad en el despido del abogado.
El juez (The Judge, 2014)
Se trata de una de esas películas que llegan a emocionarte y no solo por la magnífica interpretación de Robert Duvall, que ya contaba 84 años, el severo juez que impone su ley y su particular estilo tanto en la sala de vistas como en el seno de su familia, y de Robert Downey, exdrogadicto, arrogante chico de ciudad y abogado sin escrúpulos que conduce un Ferrari.
El argumento es sencillo. El hijo del juez egresa a su hogar tras la muerte de su madre. Se entera entonces de que su padre, que es el juez del pueblo y de quien está distanciado, es sospechoso de haber cometido un crimen. Su decisión de investigar el caso lo lleva poco a poco a restablecer con los suyos una relación que estaba rota.
El juez sale de la cárcel en libertad condicional, después de haber pasado 7 meses en prisión, debido a su estado de salud. Al final de la película, Hank y su padre se van a pescar, como hacían cuando Hank era niño. En un bote en el lago charlan amigablemente y hacen las paces. El juez reconoce que él, su hijo Hank, es el mejor abogado que conoce. En un momento dado, el juez deja de hablar y, a su vez de respirar, muriendo tranquilamente mientras Hank recapitula y se da cuenta de que tuvo una buena vida. Tras el velatorio del juez en la cafetería del pueblo, Hank vuelve a la corte a despedirse del tribunal y mira la silla del estrado recordando el legado de su padre.
Roman J. Israel, Esq. (2017)
Dirigida por Dan Gilroy y protagonizada por Denzel Washington, quizá no sea una película de grandes presupuestos ni ambicione, pero de lo que no hay duda alguna es que se trata de una historia en que el derecho y la justicia se unen con la incondicional vocación de un abogado que defiende a ultranza los derechos y la igualdad.
Roman J. Israel, Esq. (Denzel Washington) es un abogado defensor idealista y con vocación cuya vida cambia drásticamente cuando su mentor, un icono de los derechos civiles, muere. Cuando ante su nueva situación es contratado por un bufete dirigido por un ambicioso abogado, George Pierce (Colin Farrell), y comienza una amistad con una luchadora por la igualdad de derechos (Carmen Ejogo), una turbulenta serie de eventos desafían el activismo que siempre ha definido la carrera de Roman.
El guion avanza sin rumbo, oscilando entre el drama, el thriller y la comedia, dejando como mensaje que el estudio de la ley es puro, pero su aplicación acaba corrompiendo a los abogados.
Hasta aquí esta breve selección. Me dejo en el tintero otras películas memorables que no me resisto a enunciar, como El caso O´Hara; Senderos de gloria; La herencia del viento; Matar a un Ruiseñor; A sangre fría; El motín del Caine; Cómo matar a la propia esposa; Kramer contra Kramer; Presunto inocente; Algunos hombres buenos; JFK: Caso abierto; El dilema; Conflicto de intereses; Tiempo de matar. O series de donde abogados y jueces son los protagonistas, como Perry Mason; Juzgado de guardia; Anillos de Oro o Abogados de oficio.
Ahora que es tiempo de vacaciones y asueto estival, nada mejor que admirar cualquiera de estas magníficas películas que marcaron una época y un género.