Josep Pla: retrato humano de un escritor tímido e ingenuo
Josep Pla (Foto: E&J)
Josep Pla: retrato humano de un escritor tímido e ingenuo
Josep Pla (Foto: E&J)
Pocas personas podemos encontrar con la sencillez, humanidad y realismo que caracterizan a uno de los más ilustres escritores y pensadores con que ha contado España, al menos durante el siglo XX, como Josep Pla Casadevall. Un catalán universal como lo fueron Antoni Gaudí, Salvador Dalí, Joan Maragall o Salvador Espriu, por tan solo citar algunos ejemplos.
Y es que este ampurdanés, nacido en la Masía Más Plà, la casa de sus padres, como se estilaba, en el municipio de Palafrugell (Girona), en el año 1897 y fallecido en Lofriu, en 1981, es el fiel reflejo y ejemplo de la sencillez pero, al mismo tiempo, de la excelencia que caracterizó tanto su forma de ser como su extensa obra, con más 25.000 páginas escritas, de las que reconoció no gustarle ninguna porque tenían grandes defectos.
De padre pobre y de madre acaudalada, el joven Pla estudió, influenciado por su tío, en el Instituto de Girona, con los Hermanos Maristas, para luego estudiar la carrera de Medicina que abandonó al poco tiempo para licenciarse en Derecho, aunque apenas lo ejerció.
Su verdadera vocación de escritor nace por recomendación de algunos amigos, entre ellos Salvador de Madariaga, que le convencieron, en aquellos primeros años convulsos del siglo XX, irse al extranjero a hacer de reportero, primero en Madrid, luego en París, donde comenzó a comprar libros y a leer ávidamente a los autores franceses y a aprender la lengua de Moliere. Fue a Rusia, un país que, según confesó, pretende que los pobres sean ricos y los ricos sean pobres, para trasladarse posteriormente a Alemania, en un ambiente prebélico en que la población padecía la ignominia y las necesidades básicas tras la humillante derrota en la I Guerra Mundial, con un marco devaluado hasta límites insospechados y un desempleo insostenible que auparon al poder, más por necesidad que en consciencia, a Adolf Hitler.
Su próximo destino sería Inglaterra, del que sentía gran admiración y que aplicaba la teoría del “Little England”, un país deliberadamente aislado de los demás.
Conversó con Benito Mussolini, una persona de la que dijo que era muy educada, que pretendió hacer del Mediterráneo una gran potencia, cuna de la quinta esencia del ser humano, donde todo se inventó, como el cristianismo, la civilización romana y una gran gastronomía, pero que fracasó en su intento como fracasó Italia, un país que ha perdido todas las guerras en que ha intervenido, porque siempre se ha decantado más al pensamiento, a razonar, al cultivo del arte y de figuras ilustres como Nicolás Maquiavelo, un personaje virtuoso y creador de la vida moderna, según su parecer.
Tras finalizar la II Guerra Mundial, Josep Pla regresó a España, y se limitó a hacer viajes esporádicos a Francia o los EEUU. Es a partir de entonces que nace un nuevo escritor, que le gusta hablar y contactar con la gente llana, imbuirse de su realidad, de hacerla suya, de emplearla para sus relatos, aunque, como él mismo admitió, le hubiera encantado irse a vivir seis meses a Gracia y tratar son su gente, secularmente comerciante y abierta.
Se ha dicho de Josep Pla no solo que fue un gigante y patriarca de las letras catalana y española, sino un escritor escéptico e irónico, de escritura bilingüe, aun reconociendo que dominaba poco el castellano, más dado al gracejo, y mucho más el catalán, sencillo y directo.
Cuando viajaba solía hacerlo preferentemente en barco y a ser posible en un petrolero, para poder hablar con la tripulación y observar la gente y las cosas, aunque sus viajes siempre fueron con motivo de su trabajo, nunca de turismo.
Directo, sincero y sin pelos en la lengua, para Josep Pla los dos grandes escritores del siglo XX fueron Antonio Machado y Pío Baroja, con el que coincidió en el uso de la boina – de la que opinaba que estéticamente servía para viajar – y de su lenguaje sencillo, aun admitiendo que escribir en España no servía para nada, ni tan siquiera para poder comer.
De su extrovertida y preclara personalidad son un claro ejemplo las opiniones que vertió respecto de otros personajes de la época, muchos de ellos recogidos en su libro “Homenots”, publicados entre el 1958 y el 1962, por la Editorial Selecta, y entre 1969 y 1974, repartidos en cuatro volúmenes de su Obra Completa, de Editorial Destino, en los que recopila hasta 60 personajes, mayoritariamente escritores, periodistas, artistas y personajes pintorescos que superan, según el autor, el conformismo, la ignorancia o el negativismo.
Así, de Salvador Dalí afirmó que delante de él nunca dijo ninguna tontería, haciendo una fortuna gracias a su talante como comerciante. Joan Maragall fue un gran poeta, mientras que Salvador Espriu fue un “cuco”, que tendía permanente a no ser inteligible para la gente.
Prat de la Riba fue un hombre vulgar aunque buen ministro. Azorín, un excelente escritor, pero que no sabía el castellano al utilizar frases cortas y escuetas, mientras que Jacinto Benavente fue un escritor de los de literatura para tomar el té.
De José Ortega y Gasset comentó que era un gran orador y un excelente escritor en temas de política. Sin embargo, Miguel Delibes destacó por ser un escritor gris. Con respecto a Antoni Gaudí, como artista no valía absolutamente nada.
Julio Gamba fue un excelente escritor influenciado por el humor inglés, articulista breve y con una redacción perfecta; un gallego excelentemente vivo, con una extraordinaria intuición. Finalmente, en opinión de Pla, Blasco Ibáñez fue un excelente pero vulgar escritor levantino.
Otro rasgo característico de Josep Pla era que solía escribir a mano, en lápiz o bolígrafo
Como señalaba al inicio, Josep Pla nunca se consideró un gran escritor ni se vanaglorió de su prolífica obra escrita. Sirva de ejemplo las confesiones, que a sus casi 80 años, confió a Joaquín Soler Serrano en su mítico programa de televisión “A fondo”, al sincerarse diciendo, mientras liaba su sempiterno pitillo, con aquellos pequeños pero expresivos y vivaces ojos y la sonrisa en la comisura de sus labios, que no tenía envidia por nada ni por nadie, es más, no sabía nada, nada de nada y se consideraba una persona insignificante. Al serle preguntado por los rasgos personales que le caracterizaban dijo, sin rubor alguno, que la ignorancia, el descuido, la ingenuidad, admitiendo que era un infeliz que no había servido para nada, con un gran sentido del ridículo, empedernido fumador y bebedor de whisky, que no fue capaz de escribir nada emocionable ni nada que previamente no lo hubiera pensado. Soltero por vocación, al que no se le conoció ninguna novia, salvo algún lío que salió mal. Soltería al que unía su peculiar concepto de las mujeres de las que decía que eran anti románticas por excelencia, curiosas, amantes del dinero, del realismo y de la seguridad, mucho más que el hombre, y que dejaban de ser satisfactorias después del matrimonio. Sólo se enamoraba de un paisaje, una ciudad, de la hierba, pero nunca de una persona.
No creía en la igualdad de sexos, afirmando que no existía, si bien quien gobernaba al hombre y el mundo eran precisamente las mujeres.
Otro rasgo característico de Josep Pla era que solía escribir a mano, en lápiz o bolígrafo, al lado de la chimenea de su hogar en invierno (decía que siempre tenía frío) o en la cama y, generalmente, de noche, buscando una pausa para liar su pitillo, lo que le ayudaba a encontrar el adjetivo más correcto en su narración, sin caer en su abuso, siempre atado a la realidad, como buen observador que era, superando cualquier tentación a la imaginación, porque lo importante era llevar dinero a casa y poderse comer una tortilla.
Del español opinaba que era una persona históricamente insatisfecha, porque creía que se podían haber muchas cosas, lo que no resta para que exista buena gente, cordial y simpática, y mujeres muy guapas. Al español le vence la envidia, pecado capital que forma parte del carácter mediterráneo.
Con respecto al catalán no se retrajo al poner de manifiesto que es un ser español al cien por cien, al que le han dicho que debía ser, no obstante, otra cosa. El catalán, para nuestro protagonista, era una persona al que le gusta copiar. De Barcelona opinaba que era espantosa, agobiante y de escasa calidad.
En un plazo más personal, para Josep Pla la felicidad consistía en no tener envidia, hasta el punto de que el éxito no es nada, salvo poder hablar. La vida le había sido bastante corta y no creía en la inmortalidad, motivo por el que nunca había escrito para la posteridad sino para sus contemporáneos.
La inmensa producción literaria de Josep Pla, compuesta por más de 31 tomos de su obra completa, dan buena muestra de su vocación como escritor, por mucho que renegara de su innegable calidad, muestra de su fecundidad y de su capacidad creadora, testigo personal de su país, de su gente y de la sociedad en general, retratando, como solo él lo sabía hacer, a la persona porque, como solía decir, lo más profundo que tiene el hombre es su superficie. Claro partidario de la inteligibilidad esencial, porque lo escrito debe hacerse entender por la gente más sencilla.
Destacaría de entre todos sus libros, el “Cuaderno Gris”, considerado su obra autobiográfica cumbre, escrito entre el 8 de marzo de 1918 y el 15 de noviembre de 1919, y que vio la luz pública en 1966. También, “La ceniza de la vida”, 34 deliciosas narraciones entre los años 1949 y 1967 que sitúan a Pla no solo como un prosista excepcional, sino también como uno de los grandes narradores del siglo XX. Y, finalmente, en esta personal selección, su “Historia de la Segunda República Española”, un repaso histórico que arranca en la liquidación de la Dictadura del general Primo de Rivera y de los sucesivos gobiernos del general Damas Berenguer i Fuster, la caída de la Monarquía, encarnada en el Rey Alfonso XII y su exilio romano, pasando por la proclamación el 14 de abril de 1931 de la II República, con sus diversos avatares presididos por la constitución de las Cortes Constituyentes, la aprobación de la Constitución, el bienio social- azañista y la elección del primer presidente en la persona de Alcalá Zamora, los conflictos vasco y catalán, el problema de los radicales o la ofensiva lanzada contra las congregaciones religiosas – de la Iglesia afirmó que era una burocracia como cualquier otra dedicada a los nacimientos, al matrimonio y a la muerte -.
Dejo en el tintero muchos otros libros, de relatos, cocina, viajes y ciudades que haría interminable hacerme eco de su extenso recorrido literario. Invito al amable lector que lea a Pla, que se sumerja en su mundo, en su fina ironía, en la recreación de personas, paisajes y ciudades, en su cuidado lenguaje, siempre directo y comprensible.
En suma, todo un escritor tímido, ingenuo y lleno de sencillez, como lo fue su vida.