Dicho queda, ¿y luego, qué?
Dicho queda, ¿y luego, qué?
(Imagen: el blog de DIGI)
Luego, nada de nada. Difama que algo queda. El efecto mediático de ciertas manifestaciones puede ser, (suele ser), demoledor. Quizás por eso se vierten ante público fervoroso porque cuando se hacen, el protagonista de turno es consciente del efecto que tendrán aunque también sea conocedor de la inexactitud de lo que afirma con vehemencia y rotundidad. Es la libertad de expresión, por lo que se ve, muy mal entendida por algunos. Ahora bien, cuando quien ante un público entregado, sin capacidad de crítica ni rigor, (ya se sabe que las masas no son influenciables mediante razonamientos y que no comprenden sino groseras asociaciones de ideas), vierte determinadas manifestaciones que no contribuyen sino a encrespar ánimos y generar enfrentamientos ideológicos, me parece que incurre en una responsabilidad que va más allá del simple ejercicio de un derecho. No digo ya cuando el ánimo no es ejercer un derecho sino presión para influir en decisiones de otros.
A sus sentimientos (los de la masa), decía el psicólogo francés Gustave Le Bon, “pero jamás a su razón, apelan los oradores que saben impresionarlas. Para vencer a las masas hay que tener primeramente en cuenta los sentimientos que las animan, simular que se participa de ellos e intentar luego modificarlos provocando, mediante asociaciones rudimentarias, ciertas imágenes sugestivas; saber rectificar si es necesario y, sobre todo, adivinar en cada instante los sentimientos que se hacen brotar. Esta necesidad de variar el propio lenguaje con arreglo al efecto provocado en el momento en que se habla convierte de antemano en impotente todo discurso estudiado y preparado”.
Pues eso, impotente fue el discurso e inocua absolutamente y nada proporcional a los ecos del mismo, la rectificación o las precisiones posteriores.
Determinados circos mediáticos relacionados con esto de la IN-justicia producen espanto. Y mientras unos y otros andan enfrascados en guerras ideológicas e inútiles, “a ver quién es el nuestro que le apoyamos, sí o sí”, los desahucios no son “express”, los monitorios se dilatan en el tiempo en un intento por buscar al deudor volátil en un domicilio que cambia con frecuencia (por cierto, un reciente Auto del TS paliará este problema), sentencias en juicios de faltas tardan un año en dictarse, los concursos se eternizan, los expedientes prescriben en los armarios, los juicios tienen que suspenderse en espera de que las citaciones se hagan regularmente, los letrados del turno de oficio tiene que suplicar que se les abonen las retribuciones…….(la lista podría ser interminable). Pero eso sí, de esto último no se quieren enterar, no vaya a ser que haya que ponerse manos a la obra.
Soraya Callejo
Directora de Economist & Jurist
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