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Editorial

Honor, divino tesoro.

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Editorial

Honor, divino tesoro.

(Imagen: el blog de DIGI)



 

Como todo el mundo sabe, el derecho al honor tiene una dimensión subjetiva innegable; al margen de parámetros más o menos objetivos, lo cierto es que lo que puede ser hiriente para unos, está claro que puede que no lo sea para otros. En  tal estado de cosas, en muchas ocasiones, causa estupor escuchar ciertas manifestaciones en el canal de información por excelencia que es la televisión; por desgracia, el único para un alto número de ciudadanos. ¿Dónde está el límite? ¿Dónde está el punto justo del decoro, la educación y el buen gusto?.¿Donde empieza la frivolidad más absoluta y terminó la libertad de expresión y el derecho a una pretendida información? ¿Dónde está eso que llaman defensor del espectador? Hemos leído en la prensa que la Justicia italiana ha desestimado la consideración de delito de unos insultos proferidos por un concursante de un reality-show hacia otro porque el contexto en que se profieren determinadas manifestaciones o expresiones es vital para determinar si hay o no atentado contra el honor.
Y de derecho al honor sabe mucho nuestra Justicia pues  se ve obligada a dictar cada vez más resoluciones por presunta vulneración de este derecho fundamental para todos pero, por lo que se ve, perfectamente disponible para muchos. Sin ir más lejos, recientemente el TS se ha tenido que pronunciar en un caso de socios de un despacho de abogados que se separan y uno de ellos ve vulnerado su honor antes las misivas dirigidas por el otro  a clientes, a pesar de que no contenían juicios de valor ni imputación de hechos. Vuelve a insistir en este punto el Tribunal que no basta que alguien se sienta subjetivamente ofendido, sino que desde el punto de vista objetivo tiene que existir un contenido  verdadera y claramente atentatorio a la dignidad para que pueda ser considerado  como una intromisión ilegitima en el derecho al honor. En todo caso, este supuesto concreto no tiene nada que ver con aquello a lo que se aludía al principio y es que a pesar de las dudas jurídicas y de los supuestos ciertamente controvertidos que los hay en verdad, y se plantean en el Juzgado desde la legitimidad más innegable,  en otros, la duda no es tal, es más, la apelación al  honor por parte de individuos acostumbrados a mercadear consigo mismos es precisamente lo que resulta insultante.
Si nos centramos en la exaltación de la ordinariez a la que asistimos prácticamente todos los días al conectar la “caja tonta” (con razón lo llaman desde antaño así), no podemos por menos que concluir que de honor nada, han renunciado todos ellos al  mismo, a pesar de la interpelaciones constantes y reciprocas que se hacen, por un puñado de audiencia, dinero o ambas cosas al mismo tiempo. No tiene la Justicia otra cosa de la que ocuparse: del presunto honor de personajillos mediáticos por doquier. Pues eso, más honor y más dignidad, pero de todos los que participan en esos circos que, dicho sea de paso, pagamos entre todos.



Soraya Callejo
Directora Economist & Jurist

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