Marketing: la importancia del despacho.¿Es coherente la imagen de su despacho con los valores que desea trasmitir al cliente?
Marketing: la importancia del despacho.¿Es coherente la imagen de su despacho con los valores que desea trasmitir al cliente?
Soy clienta habitual de varios despachos de abogados y, hace poco, tuve la necesidad de contratar los servicios a uno de ellos en Barcelona.
Una vez más, quedé sorprendida al comprobar que, siendo éstos muy jóvenes, el ambiente de sus oficinas era de una estética y un gusto tradicional por lo clásico, idéntico a los de otras provincias e, incluso, país y de generaciones muy distintas. ¿Cuántos clientes como yo se habrían sentido envueltos por ese ambiente en el que lo clásico, aún transmitiendo valores de seriedad y solvencia, estaba muy próximo a un tono aburrido y tedioso?
Los valores de eficacia y dinamismo, vinculados con una estética más acorde a la era digital en la que vivimos, brillaban por su ausencia. Incluso, me sorprendió que no hubieran definido un concepto de despacho que mostrara claramente el carácter diferenciador de su empresa ni los valores de las personas que trabajan en ella.
Mi percepción hacia su marca se vio condicionada desde el primer momento en que accedí al vestíbulo de su inmueble hasta que el abogado me atendió en su mesa de reuniones:
El rótulo de su marca ubicado en el centro de la puerta de acceso (la clásica placa de latón con las letras gravadas) poco tenía que ver con la imagen moderna de la tarjeta de visita que me habían ofrecido unos días atrás y, ni siquiera, era identificable y coherente con el resto de material en papel (papel de cartas y sobres, carpetas,… etc.) que se me ofreció después.
Me extrañó que, de entre la gran variedad de materiales para rótulos que existen en el mercado, no se hubieran preocupado en elegir alguno más acorde con el joven carácter de su empresa, de fácil identificación con su tarjeta de visita, fácil limpieza y mantenimiento.
Ya tuve problemas nada más apretar uno de los pulsadores que contenía la puerta para que me abrieran, pues ninguno indicaba su uso: uno antiguo que no funcionaba, otro moderno de plástico y enorme colocado sin criterio, y otro para la luz de la escalera.
Había llovido y el felpudo, al ser de goma, poco secaba las suelas de mis zapatos y mis huellas mojadas habían manchado la mullida moqueta de lana. De hecho, no había sido el único. Dejé mi paraguas en un paragüero metálico con motivos ingleses junto al paraguas plegable de flores que alguien habría dejado allí. Nada que ver con un simple paragüero de estética ligera, sin más, nada decorativo y con, quizás sí, algún paraguas más distinguido.
Al entrar, me atendió una joven señorita que, desde una pequeña mesa que no tenía ningún tipo de protección frontal, dejaba ver sus piernas entrelazadas entre un montón de cables de su ordenador, impresora, etc. Todo muy desordenado. Me pidió que esperara un momento en el pequeño distribuidor que, aunque se intuía un inmueble de grandes dimensiones en el que se podía haber tirado algún tabique, nos obligaba a movernos más bien poco…………………
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