El abogado autodidacta, ese eterno aprendiz
"La formación continua es esencial en la abogacía"
(Imagen: E&J)
El abogado autodidacta, ese eterno aprendiz
"La formación continua es esencial en la abogacía"
(Imagen: E&J)
No vamos a descubrir nada nuevo si afirmamos que la formación es esencial en nuestra profesión, pues todos sabemos de buena tinta la ingente demanda de competencias que nos exige el ejercicio de misma. De hecho, una vez concluido el Curso de Acceso a la Abogacía y la Procura, la formación continua y especializada del abogado toma el relevo, sin solución de continuidad, no cesando hasta el final de nuestro ejercicio profesional.
Pero salvo aquellos abogados (socios o contratados) que pertenecen a despachos que disponen de un modelo formativo propio y, por tanto, de una organización y seguimiento del proceso pedagógico, el abogado que lleva adelante su firma, bien sea solo o en compañía de otros colegas, dispondrá de serias dificultades para acceder a una formación adaptada a sus necesidades.
La principal razón de esta situación (porque hay varias) se encuentra en esa “pescadilla que se muerde la cola”, que viene representada por el sometimiento a esa espiral de trabajo diario que nos impide sentarnos a meditar y decidir los aspectos claves que necesitamos para creer profesionalmente y adaptarnos al contexto profesional en el que interactuamos.
Sin embargo, queda una luz de esperanza que podemos aprovechar a través del autoaprendizaje, autoformación o, dicho de otra forma, ser autodidacta.
La capacidad de autoaprendizaje puede definirse como la habilidad de formarse por uno mismo y de forma permanente en aquellos aspectos que consideramos esenciales en nuestra vida personal y/o profesional, todo ello a través de un proyecto o plan de acción que comprenda el proceso de adquisición de dichos conocimientos.
En el contexto profesional del abogado, el autoaprendizaje supone disponer de la autoconsciencia clara sobre sus limitaciones técnicas, para a continuación decidir la adquisición individual de una serie de competencias y habilidades que le permitan superar en el tiempo aquellas carencias.
Para avanzar en esta carrera de fondo de la autoformación, el abogado debe disponer de varias competencias y habilidades, entre las que sobresale la humildad, entendida como el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, y en obrar de acuerdo con este conocimiento; la humildad nos conduce a actuar como un principiante, como un aprendiz ansioso de adquirir nuevos conocimientos teórico-prácticos para el mejor desempeño de nuestro trabajo.
Confucio asociaba esta humildad al propio conocimiento, y así nos enseñó que “el verdadero conocimiento consiste en conocer el alcance de nuestra propia ignorancia”, conocimiento que se irá incrementando día a día, porque aquel que conoce sus limitaciones, sabe igualmente que debe eliminarlas a través del aprendizaje continuo.
Pertrechado con la humildad, y con el auxilio de la constancia, diligencia, laboriosidad y responsabilidad, el abogado autodidacta podrá diseñar un Plan de Acción Formativo a través del cual pueda ir adquiriendo esos conocimientos teóricos y prácticos que necesita, y que lo convertirán, con el transcurso del tiempo, en un mejor abogado.
En cuanto a la elaboración del Plan de Acción, este deberá centrarse en dos coordenadas: tiempo y contenidos, pudiendo ser, en su diseño, todo lo minucioso que su creador considere.
En cuanto a los contenidos, mi recomendación es que busquemos un equilibrio entre los sustantivos/procesales (vinculados, en su caso, a nuestra especialidad) con aquellas habilidades relacionadas con nuestro ejercicio profesional cuya adquisición pueda mejorarse notablemente.
En este último grupo se incluirían, a modo meramente enunciativo, aspectos como gestión profesional del despacho o aprendizaje de habilidades de management en sus distintas áreas (estrategia, recursos humanos, proyectos, trabajo en equipo, liderazgo, etc.), marketing (desarrollo de negocio, fidelización y captación de clientes), tecnología (nuevas tecnologías, inteligencia artificial), comunicación (redacción, oratoria), litigación (conducta en sala, interrogatorio, conclusiones) y otras habilidades complementarias (negociación, inteligencia emocional, psicología, etc.) económicos (presupuestación, contabilidad, etc.), idiomas y el ejercicio de la abogacía como función social (deontología).
Y para emprender esta senda formativa disponemos de una oferta amplísima de entidades públicas y privadas; además, si optamos por la formación gratuita podemos acceder a las ofertas de los Departamentos Formativos del Consejo General de la Abogacía Española y de los propios Consejos Autonómicos y Colegios Profesionales, lo que nos permitirá no sólo inscribirnos en aquellas formaciones que nos interesen, sino que igualmente dispondremos de repositorios y grabaciones de cursos y materiales ya impartidos a disposición de los usuarios.
Finalmente, destacar que el periodo estival en el que nos encontramos puede ser una oportunidad extraordinaria para hacer autoexamen y decidir en qué materias pretendemos fortalecernos y las fechas previstas para ello.
Y no olvides que tener mente de principiante, de eterno aprendiz, nos permitirá abrir la mente y disponer de muchas posibilidades de mejorar.