El tiempo como elemento de continuidad vital
"El tiempo nunca se para"
(Imagen: E&J)
El tiempo como elemento de continuidad vital
"El tiempo nunca se para"
(Imagen: E&J)
Tiempo y eternidad suelen converger, aunque la primera tienda a su estacionalidad y la segunda a superar los estrechos márgenes del conocimiento. Ya Platón definía el tiempo como la imagen móvil de la eternidad.
Sin embargo, para Aristóteles el tiempo y el movimiento se perciben juntos, de modo que en el concepto de sucesión temporal están incluidos conceptos como los de “ahora”, “antes” y “después”, de modo que estos dos últimos conceptos resultan fundamentales, pues no puede haber ningún tiempo sin un antes ni un después, razón por la que puede definirse el tiempo como “la medida del momento según el antes y el después”, pues lo que acontece en este preciso instante es presente, aunque le preceda un antes y se convierta en un inevitable después.
Con similar opinión, Anicio Boecio, partiendo del convencimiento de que Dios prevé nuestros pensamientos y nuestras acciones, afirmó que como vivimos en un flujo temporal, sólo podemos conocer los hechos como pasados (si ya han sucedido), presentes (si están sucediendo) o futuros (si han de pasar). Por el contrario, para Boecio, Dios no existe en un flujo temporal: vive en un presente terno, y conoce lo que para nosotros es pasado, presente y futuro del mismo modo en que nosotros conocemos el presente.
A semejanza del espacio, el tiempo puede concebirse de tres modos: como una realidad absoluta; como una relación, un orden; y finalmente como una propiedad. Los dos primeros modos fueron los más importantes para los filósofos de la Época Moderna, ya que el tiempo como propiedad de las cosas es más bien la duración.
Pero el tiempo no solo responde a esta concepción absoluta, sino que, en opinión de Newton, puede ser relativo. Frente al tiempo absoluto, verdadero, matemático, por sí mismo y por su propia naturaleza, fluye uniformemente, sin relación con nada externo, llamándose duración. De ahí que el tiempo relativo sea una medida sensible y externa de la duración por medio del movimiento, que es comúnmente usada en vez del tiempo verdadero.
Pero el tiempo es continuo, de ahí que Leibniz sostuviera que es “el orden de existencia de las cosas que no son simultáneas. Así, el tiempo es el orden universal de los cambios cuando no tenemos en cuenta las clases particulares de cambio”. Dicho de otro modo, el tiempo es “un orden de sucesiones”.
Más allá de esta tesis, Kant, en su obra Estética trascendental de la Crítica de la Razón, afirmará que el tiempo es una condición de fenómenos, por lo que el tiempo es una forma de intuición a priori, afirmando que no es subjetivo en el sentido de ser la experiencia vivida de un sujeto humano. Bajo este prisma, el tiempo no es real, no es una cosa en sí, pero tampoco es meramente subjetivo, convencional o arbitrario.
En su obra capital El ser y el tiempo, Heidegger era del criterio que la temporalidad del hombre se revela fundamentalmente ante la muerte y el cuidado, entendido como preocupación. El sentido ontológico del cuidado es la temporalidad. Por eso, no puede hablarse simplemente de pasado, presente y futuro, ni siquiera de recuerdo, percepción y anticipación. La temporalidad del ser humano es originaria, en el sentido que es la temporalización del ser del hombre como preocupado por su propia posibilidad de ser. Lejos de ser el tiempo mundano, el modelo de la temporalidad del ser del hombre, esta es el modelo de aquel.
En cualquier caso, parece evidente que, por mucho que la inteligencia del hombre haya podido lograr a través de su historia, podemos afirmar que no ha conseguido controlar ni dominar el tiempo, que aparece inexorable, en forma de continuidad, de tal manera que el ayer, el hoy y el mañana se funden en un solo instante, en una sola secuencia, permaneciendo el hombre inexorablemente unido a ellos sin que su voluntad pueda variar el transcurso del tiempo.
Que el tiempo transcurra, según cada cual, de manera rápida o lenta no deja de ser una simple sensación, aunque siempre de manera continua, transcurriendo en tres dimensiones: el pasado, el presente y el futuro. Incluso aunque el tiempo pueda medirse en milenios, centurias, años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos, su transcurrir es indiferente a cualquier otra circunstancia que no sea la simple existencia, esto es, el devenir de los acontecimientos.
De lo que no hay duda es que el tiempo nunca se para y, además, nos ocupa y preocupa, se hace dueño de nuestros actos y decisiones, nos invade sin posibilidad alguna de poder prescindir de él. Al contrario, convivimos con él, como se desprende de las continuas referencias que del tiempo empleamos al momento de expresar nuestras sensaciones, emociones y vivencias:
“Matar el tiempo; hacer tiempo; hacer cundir el tiempo; alargar el tiempo; no perder el tiempo; ganar tiempo al tiempo; aprovechar el tiempo; controlar el tiempo; tiempos de hambre; tiempos de gloria; de alegría; de tristeza; de emoción; de amor; hacer buen o mal tiempo; quitarle tiempo al sueño; tempus fugit; in tempore; por los siglos de los siglos; atemporal; intemporal; parar el tiempo; relativizar el tiempo; hacer buena cara al mal tiempo; tiempo al tiempo; qué tiempos aquellos; malgastar el tiempo; el tiempo te enseña; engañar al tiempo; tiempo infinito”.