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La firma

Fernando Sánchez Dragó, el polémico, reaccionario, atrevido e inigualable escritor

Ha muerto un autor polifacético y controvertido

Fernando Sánchez Dragó (Foto: CyL TV)

Pedro Tuset del Pino

Magistrado-juez de lo Social de Barcelona




Tiempo de lectura: 5 min

Publicado




La firma

Fernando Sánchez Dragó, el polémico, reaccionario, atrevido e inigualable escritor

Ha muerto un autor polifacético y controvertido

Fernando Sánchez Dragó (Foto: CyL TV)



Escribo estas apresuradas pero sentidas líneas en homenaje a uno de los escritores contemporáneos, sin duda, más polifacéticos y controvertidos con que ha contado nuestro país. Cuesta creer que apenas hace 10 horas nuestro personaje aún estaba en plenitud de vida, a sus joviales 86 años, acabando de perfilar un discurso en agradecimiento por la entrega de un premio que tendría lugar en pocos días, y mientras publicaba un tuit donde se dejó ver con su gato encaramado a su cabeza con el siguiente mensaje: “El gato nano me da los buenos días. Él sabe que en la cabeza está el secreto de casi todo”.

Esto demuestra que hasta el último suspiro, Sánchez Dragó fue una persona inquieta, incapaz de dejar de escribir en todo instante, lector contumaz, profesor, viajante incansable por todo el mundo, director de cursos de veranos, coleccionista de premios, entre ellos el Premio Planeta, el de Novela Fernando Lara 2006 el Premio Ondas o el Premio Nacional de Fomento de la Lectura, conductor del informativo nocturno de Tele Madrid “Diario de la noche”, director y presentador de programas televisivos, columnista y reportero en diversos diarios nacionales y, por si todo ello fuera poco, promotor y vendedor de pócimas que auguraban una larga y apacible vida.



¿Cómo resumir la figura de Sánchez Dragó? No se me ocurre mejor idea que acudir a cómo él mismo se definió en su obra El sendero de la mano izquierda: “ … fui español, tengo ahora 65, nací al oeste del Bósforo en un lugar de cuyo nombre ya no quiero acordarme, crecí en Alicante y Soria, me recrié en Japón y en la India, fallecí y renací en Egipto, soy hijo de la lectura y el viaje, mi hoja de ruta es el camino del corazón corregido y aumentado por lo que en Oriente llaman senderos de la mano izquierda, mi paraíso es la soledad y mi infierno la sociedad, no acato más ley que la de la conciencia ni reconozco más dios que el anima mundi, deploro no haber nacido en el siglo VI antes de Cristo, sé que la existencia es un rito de paso hacia la esencia, estoy más cerca de Dionisio que de Apolo, mi religión es la de Shiva y mi ventura la embriaguez sagrada, resido en un villorrio numantino de diez almas – no pronunciaré su nombre – plantado en el cruce de Comala de Macondo, me repugna el Becerro de Oro (y, por lo tanto, me desagrada Occidente), soy discípulo de Buda y de Lao-tsé, me tengo por escritor oriental y pagano, me estomaga el judeocristianismo y me indigna la destrucción de Eleusis, detesto la historia, venero la naturaleza, prefiero el regreso al progreso, lo que me convierte, a mucha honra, en un reaccionario, esto es, en un hombre que reacciona ante y frente a mugre de la modernidad, y soy, de momento, en la tierra un náufrago feliz. Lo demás, aquí, no importa”.



Coqueto, sin dejar de jactarse, admitió que solían decirle que no representaba la edad que tenía, gracias, quizá, a un descorbatado estilo de vida substancialmente idéntico al de su juventud y a consecuencia –acaso– del incurable síndrome de Peter Pan que padecía y del fáustico elixir de alquimista que todas las mañanas se embaulaba.



De bien pequeño su pasión por la lectura y los libros se hizo patente, al punto que el segundo esposo de su madre le puso el apodo de principito que todo lo aprendió en los libros, aprendiendo a leer a los tres años, sin que desde entonces, según confesó, hubiera dejado pasar un solo día en el que por lo menos un título (y a veces más) no pasara a engrosar la lista de los libros leídos u hojeados con rectitud y detenimiento peor o mejor digeridos y justicieramente vistos para sentencia.

Sus casas de Madrid y de Castilfrío de la Sierra (Soria) eran –son– verdaderos templos de la cultura. Reconoció, en cierta ocasión, que, aunque no había llegado a contarlos, su biblioteca debía contener más de 100.000 libros, lo que a buen seguro la convertía si no en la más numerosa, de las más importantes a nivel privado del mundo. De la misma manera que admitió que muchos de esos libros ni los había leído ni tendría ocasión de leerlos, aunque la pasión por verse rodeados de ellos le había vencido y derrotado por entero.

Quizá por ello la música que servía de fondo a su programa televisivo Biblioteca  Nacional, con música de Luis Eduardo Aute y letra de Jesús Munárriz, repetía un montón de veces su retornelo, todo está en los libros.

Probablemente fue fruto de su apasionamiento o de su incontrolable parla, pero lo cierto es que Sánchez Dragó llegó a decir que entre los tres y los 12 años, medidos a ojo, se tragó de cabo a rabo la biblioteca de su padres, digiriéndola o no, a más de la cotidiana lectura del ABC.

Su peculiar talante hizo que, incluso, se refiriera al huerto y a la casuca de tres plantas de Soria, de estilo y aspecto vagamente astures, lindantes con la ribera del río Duero, propiedad de su madre y hoy de sus hermanos con un jardincillo que abre al porche, la puerta y la terraza de la casuca, donde crecía -añoso, majestuoso e imbuido de su autoridad un nogal– el padre árbol al que él mismo así calificaba, y donde predijo -a modo de últimas disposiciones- que tras su muerte “… quería descansar cuando el Pálido Jinete me arrebate de su grupa tras conminar a mis hijos, a mis amigos y a mis viudas a enterrarme al pie de ese árbol, así sea al precio de violar las disposiciones de inhumación vigentes, después de velarme por espacio de tres días –ni uno más ni uno menos– entre músicas (Gracias a la vida, Juegos prohibidos, Suspiros de España, Butterfly morning, We shall overcome y el Vals de las velas), jolgorio, sexo, chistes, alegría generalizada, oraciones, chilones, bebidas espiritosas e ingesta de enteógenos. Si así lo hacen, que la Fuerza se lo premie, y si no, que Ella se lo demande. Amén”.

Su relación con la religión, o mejor dicho las religiones, se resume en su ideal y en su convicción de que no era cristiano, ni creía en la virginidad de María ni en la resurrección de su hijo, ni compartía a título de dudosa hipótesis la idea de un dios único, antropomórfico. Omnisciente, omnipotente, omnipresente, dispensador de premios o de castigos y creador del mundo. Lo que, sin embargo, no significó que fuera strictu sensu, un ateo, que admitió la existencia del macrocosmos y de que pudiera haber vida después de la muerte; pero tampoco un agnóstico, porque, aunque no fuera hombre de fe, lo era de conocimiento.

Y por mucho que siguiera disertando sobre la vida y milagros de Sánchez Dragó, sucumbiría al intento, pues como sentenciara Heinrich Heine “Nadie puede decir la verdad sobre sí mismo”.

Dejo el testigo a quienes, sin duda alguna, elogiarán, idolatrarán, descabezarán, criticarán o, por qué no, ningunearán, a un escritor de cepa de los que decían las verdades como puños, a quien nadie ni nada, salvo la Carpa, le sometió ni condicionó.

La vida hecha coraje, aventura, pasión, cultura, arte, religión, sexo, viajes, fantasía, ilusión. Un apátrida, que no tenía tierra, genius loci, raíces, hogar, campamento, familia, amigos, idioma, querencias, afinidades, devociones, usos y costumbres.

Sólo el tiempo pondrá a cada uno en su sitio y es probable que allá al fondo, cuidando del huerto familiar, acompañado de sus seres más próximos y queridos, incluyendo sus gatos, tras hacer un alto en el camino en su pertinaz, cotidiana e inseparable lectura y escritura, nos reciba algún día con su habitual y amplia sonrisa, acompañada de su pícara mirada, y nos invite a beber uno de sus mágicos elixires.

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