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La firma

La abogacía, la mejor profesión del mundo

"Gracias a los abogados, no existe venganza privada"

(Foto: E&J)

Eugenio Ribón

Decano del Ilustre Colegio de la Abogacía de Madrid




Tiempo de lectura: 8 min



La firma

La abogacía, la mejor profesión del mundo

"Gracias a los abogados, no existe venganza privada"

(Foto: E&J)



Una animada tarde del mes de septiembre, tras el calor del verano, cuando la uva está lista para su recolección y los estudiantes prestos a un nuevo curso, reunidos tras la vendimia, un grupo de personas, entre las que se encontraban jóvenes deseosos de un futuro próspero y otros más mayores que ya habían desarrollado una carrera profesional, charlaban sobre cuál era la mejor profesión del mundo. La discusión se fue animando al principio, pero también subiendo de tono.

Uno de aquéllos tertulianos, estudiante de medicina, tomó la palabra y sostuvo, no sin razón, que la salud es de los más importante del mundo para cualquier persona. Y por ello, el médico, es una de las profesiones que más valor pueden tener para la humanidad. Todos asintieron con el enorme respeto que merecen los herederos de Hipócrates.



Tras el, intervino con sabiduría la maestra del pueblo: “No hay profesión más elevada que la del Magisterio”, pues sin cultura, sin conocimiento, sin enseñanza, no podemos desarrollarnos como personas. Es el maestro de infancia quien nos forja como persona, quien siembra la semilla de nuestros valores. Y por ello es el Maestro es la profesión de quienes quieran aspirar a un futuro profesional dichoso. Un breve silencio de reconocimiento y gratitud hacia la labor de los maestros unió a todos los congregados en aquella reunión antes de que las palabras amables se alzaran nuevamente en disputas ásperas.



«La discusión se fue animando al principio, pero también subiendo de tono» (Foto: E&J)

Un ingeniero y una arquitecta, que había traído la prosperidad a aquella comunidad, defendieron entonces el valor de la ingeniería y la arquitectura como motor del progreso de la humanidad. Sin ingenieros ni arquitectos, sin inventores, no habríamos llegado nunca al bienestar del que gozamos: las carreteras, las comunicaciones, el vestido, nuestros hogares, nuestras plazas, nuestras fuentes, de cuantos bienes materiales gozamos, son fruto de su ingenio y creatividad. Y a ellos debemos nuestro progreso. También ellos cosecharon así el beneplácito de los allí reunidos durante unos breves segundos, hasta que la concordia se tornó nuevamente en una discusión que cada vez se hacía más agria.



Abogar, produce una sensación indescriptible que solo conoce quien ejerce, pero la carrera del abogado es terriblemente dura y costosa

La discusión se fue enrareciendo y tornando hasta violenta, entre aplausos, reproches y vítores y quienes se juntaron como amigos al final de la vendimia se enzarzaban ya como enemigos. Entonces el más anciano de la reunión levantó la mano pidiendo la palabra con una mirada indulgente hacia aquellos amigos que se enfrentaban. Aquel gesto y aquella mirada fueron enmudeciendo las voces agitadas: “Hay dos oficios que son los más bellos y complejos del mundo” sentenció.

  • El primero es el convertirse en padre o madre, pues son ellos los que cada día de ejercen de cuidadores de nuestra salud, quienes cultivan nuestro desarrollo con sus enseñanzas, quienes construyen nuestro bienestar, quienes luchan por ofrecernos cuantos medios son posibles para nuestro crecimiento, quienes con su esfuerzo y su trabajo logran y administran los recursos económicos necesarios para nuestro futuro.
  • El segundo, es aquel que consigue pacificar un conflicto y devolver la paz y la concordia a la sociedad, a los hermanos, aquel que lucha con la palabra para el entendimiento. Porque sin armonía y justicia no es posible el desarrollo. Es la abogacía la que lucha por estos valores.

¿Habrá profesión más noble y bella, que aquella que valiéndose de la palabra utiliza sus conocimientos para defender los derechos de una persona?

La abogacía es una profesión de compromiso y de servicio, de lealtad y de sueños por la construcción de un mundo mejor. La palabra abogado, proviene de la latina advocatus (el llamado para ayudar).

«La palabra abogado, proviene de la latina advocatus (el llamado para ayudar)» (Foto: E&J)

Ubi societas, uboi ius (donde hay sociedad, hay derecho); y sin derecho, no hay sociedad

Las Siete Partidas del Rey Sabio ya se refieren a los abogados como “ciudadanos útiles”, porque aperciben a los juzgadores y dan luces para el acierto.

Gracias a los abogados y a la justicia, no existe venganza privada, ni ojo por ojo, ni diente por diente. El odio, la envidia, la venganza se encauzan hacia la razón y la paz.

La construcción de una sociedad más justa a través del derecho admite una infinidad de prismas: desde quienes entregan su vida a los estrados, a quienes la dedican a la empresa, quienes se integran en un despacho grande, quienes ejercen el turno de oficio, quienes emprenden con su propia firma, quienes se adentran en la investigación o incluso en la función pública, existe mil sendas en esta maravillosa profesión a la que Voltaire se refería como la más hermosa del mundo. El ICAM tiene una carta de servicios para cada uno de ellos. Cada uno de nuestros colegiados, son la razón de ser del Colegio de la Abogacía de Madrid.

La toga se porta en los hombros y en el talle, pero donde cobra lustre y enciende la llama de la pasión por la defensa de los derechos y por mejorar el legado que dejemos a nuestros hijos, es en el alma de cada jurista. La pasión por el derecho, al igual que en cualquier otra faceta de la vida, se descubre y crece cuando se conoce lo que se ama.

Desde la fundación del ICAM en el Convento de San Felipe por 37 abogados allá por el crepúsculo del Reinado de Felipe II en 1596 al día de hoy en el que somos el mayor colegio profesional de Europa con cerca de 80.000 colegiados, la Abogacía se ha transformado, pero mantiene una misma esencia: la vocación de servicio y el deseo de construcción de una sociedad más justa.

El Derecho es tan amplio, como lo es la vida. Así, en el ICAM contamos ya con más de 45 Secciones que abordan las más variadas disciplinas: Abogados de Empresa; Penalistas, Inmobiliario; Comunicación: Protección de Consumidores; Administrativo; Aeronáutico y Aeroespacial; Agroalimentario; Bancario; Canónico, Familia, Competencia, Internacional y Comunitario, Urbanismo, Medio Ambiente y Energía, Deportivo, Laboral, Marítimo, Militar y Seguridad, Procesal, Sanitario, Farmacéutico, Societario y Gobierno Corporativo, Tributario, Insolvencias, Discapacidad, igualdad, Extranjería, Gestión de Despachos, E-sports, actividades recreativas y espectáculos públicos, Responsabilidad Civil, Franquicia y Retail; Robótica, Inteligencia Artificial y Realidad Aumentada, Tecnologías de la Información, Constitucional y Parlamentario, Resolución Alternativa de Conflictos, Defensa de los Animales; Derechos Humanos y otra Sección de Cultura.

«En esta maravillosa profesión a la que Voltaire se refería como la más hermosa del mundo» (Foto: E&J)

En el TO, trabajan más de 45.800 profesionales, cualificados los que durante 24 horas los 365 días del año, prestan sus servicios, en alguna de las más de 1.250.000 designaciones cursadas el pasado año -entre las que se incluyen más de 680.000 asistencia a detenidos y cerca de 65.000 asistencias a víctimas de violencia.

Por todo ello, ser abogado no sólo es ejercer una profesión, es entregarse a una vocación, es seguir una llamada interior irreprimible para el cumplimiento del sueño de contribuir a una sociedad justa.

Los abogados son un grupo selecto de hombres y mujeres depositarios del sublime don de convertir su vida en una cruzada cotidiana de lucha contra la violencia y los abusos, y ofrecer su vida a la defensa y el bienestar del prójimo, al amparo de la ley y a las órdenes de la conciencia, vestidos con su toga, y armados con su esfuerzo y su anhelo.

Abogar, produce una sensación indescriptible que solo conoce quien ejerce, pero la carrera del abogado es terriblemente dura y costosa. No solo tiene que bregar con los hechos y las pruebas, y la rígida estructura del proceso cuyos plazos son solo exigibles para el abogado, (no para el juzgado), y recibir el golpe de la inagotable fuente de causas de oposición de la parte adversa y sus auténticas intenciones, sino que además tiene que conocer la intensa gama de vientos con la que los miembros del Tribunal revuelven las normas sustantivas, que según la estadística de la estructura de magistrados y jueces en activo publicada el 1 de enero de 2022, por el Consejo General del Poder Judicial, ascienden a un número total de cinco mil cuatrocientos ocho sensibilidades y tesis jurídicas distintas.

Desde la tramontana de aquel Magistrado de Mataró, concienzudo, estudioso y creativo, con espíritu empático al sufrimiento ajeno, a aquel otro a quien acaso el cierzo heló el alma, incapaz de hacer otra lectura social de una ley decimonónica e impertérrito ante el lanzamiento de esa familia aragonesa. Frente a todo ello, el abogado, ha de ser otro viento capaz de insuflar aires propicios para su cliente. Y el abogado, no ha de ser cualquier viento, sino un vendaval gaditano, de esos que cuando la injusticia se alza, el levante se rebela furibundo y no hay playa, escollera o puerto que lo contenga. De esos vientos que en mi Cádiz milenario van pregonando a ritmo de tanguillo burlón la igualdad y la libertad desde que el mundo es mundo.

Abogar es ir como salir al ruedo o ir a la guerra, y requiere la concurrencia de cuatro principios. El primero, soñar serenamente y confiar que, a pesar de los precedentes desfavorables o la ausencia de ellos… podemos cambiar el mundo… no hay afrenta ni molino frente al que no pueda lucharse si la inequidad mueve sus aspas. El segundo, tener voluntad de vencer, no sentirse compelido por el adversario por muy poderoso que sea, manteniendo el respeto tanto a la persona como a su conocimiento, pues la arrogancia, en el foro, se convierte en debilidad. Como tercero, no dejar de estudiar, pues para vencer no importa tanto la fuerza y el poder, cuanto el coraje, la voluntad, y la dedicación a los libros. Un buen caso no suele ser el fruto de la casualidad, sino de días, tardes y noches de esfuerzo que proporcionan la técnica adecuada que te conduce al fin perseguido. Y por último, levantarse, con hidalguía, tras una derrota o caída inesperada, al resorte de los nobles sentimientos que amparan nuestra lucha y sin renunciar jamás a nuestro objetivo.

Queda mucho por hacer. Al contrario, frente a los tímidos reconocimientos de derechos que vivimos –casos sangrantes que debieran ruborizar a nuestros poderes públicos con independencia de la anilina que de tinte a su color político– nos enfrentamos a una regresión de los derechos, bajo discretas Disposiciones Adicionales o normas de ampulosa denominación que en realidad no esconden sino recortes de derechos.

Mantengo, y lo seguiré proclamando a los cuatro puntos cardinales, que quiero seguir siendo abogado hasta el rosicler de mis días, hasta que mis huesos sean capaces de dignificar una toga con inteligencia clara. Estudiar la ley para mejorar el mundo y luchar por la justicia si aquélla no se compadece con la norma. Emocionarme por las alegrías de quienes me rodean cuando ven reconocidos sus derechos. Sufrir y llorar con ellos cuando no se ha logrado. Y seguir y seguir luchando hasta conseguirlo. Legar a mis hijos una sociedad más justa, respetuosa y solidaria.

Como Decano del Ilustre Colegio de la Abogacía de Madrid, tengo el honor y la responsabilidad de velar por estos principios. Haremos del ICAM, que ahora comienza una nueva etapa en su historia centenaria, un Colegio útil, cercano e influyente. Cuento con una extraordinaria Junta de Gobierno para ello y desde estas páginas nos reafirmamos en nuestro compromiso de poner todo nuestra experiencia y talento al servicio de la Abogacía, de la sociedad y de la defensa del Estado de Derecho.

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