La autonomía empática
"La autonomía está fracasando y la empatía se entumece"
(Imagen: E&J)
La autonomía empática
"La autonomía está fracasando y la empatía se entumece"
(Imagen: E&J)
La transición hacia la autocomposición no se ejercerá, de facto, a través de más legislación, sino despertando la condición humana. La empatía es un acto de fortaleza que se da en el medio adecuado y con la sensibilidad ejercitada.
Aceptar la dependencia
Madurar no es dejar de depender de los demás, si no elegir cómo aceptar esa dependencia. El ideal de autonomía es un imposible del nihilismo liberal moderno y síntoma de una cultura que adolece. Este proyecto de emancipación empieza a traspasar el efecto pendular correctivo de la subordinación pre-moderna. El quid, como postuló el filósofo Isaiah Berlin, es comprender que la libertad no radica, únicamente, en la falta de impedimentos externos, también se constituye en el proceso mental de aceptación de estos. En el “a pesar de” el impedimento comienza a transformarse.
Para ser claros, toda experiencia autónoma se da en el tapete de la codependencia y la convivencia. Y se experimenta autonomía en la dedicación a un propósito, o lo que es lo mismo, sirviendo una función dentro del orden, la heteronomía, en la que participamos. Quien reniega de la reciprocidad constitutiva empobrece la existencia.
De hecho, así lo van observando con cada vez más asombro y convergencia las miradas científicas: no solo vivimos en comunidades cuyo propósito y sentido se transmite gracias al vínculo (antropología, sociología y psicología sistémica) es que, además, el vínculo de amor paternofilial es indispensable para convertirnos en adultos capaces. Y, aún más, estamos constituidos por vínculos y comunidades que habitan en nosotros, a millones. Formas de vida microscópica cuyas relaciones nos condicionan tremendamente (biología y medicina).
Como dice la bióloga estadounidense Donna Haraway: “Everything is connected to something.” Somos y habitamos organismos, pese a nuestra obsesión por los asépticos mecanismos autónomos.
Recordar la autocomposición
En reveladora sincronía, pese a ser aparente oxímoron, con mayor asiduidad se alude a otro concepto: la empatía. De tanto aludirse se ha esterilizado, y en ella uno ve lo que quiere. Como en todo aquello que se manifiesta, hay algo significativo, así que ¿a qué verdad alude el tándem autonomía/empatía?
A pesar de lo que se afirma, la empatía no es antónima del egocentrismo. El acto empático se distancia de la indiferencia apática de quien no siente o no se atreve a reconocer su sentir y se deja llevar por la corriente. Desde el prisma Arendtiano, en lo apático mora el mal, pues es la banal ejecución insensible.
En la ofuscación del sentimiento, no se puede re-conocer la condición humana como vincular. Y en nuestro estado de creciente confusión nos parece ver en el aislamiento o la superación, mediante el vencimiento, la salvación. Cuando, precisamente, en el vínculo radica la mayor fuente de dicha y liberación del ser humano. Limitarlo a un juego de suma cero es renegar de nuestra singularidad. Es un binarismo precario.
En consecuencia, para imaginar una reforma del sistema de justicia y resolución de conflictos es necesario asomarse al vínculo desde otro talante y con mayor honestidad. Menos abarrotados de prejuicios, el individuo se pone a disposición de entender qué necesita, reconocer la insuficiencia de sus acciones, admitir su incompetencia… y, simultáneamente, expuestos a la realidad del otro podemos acceder a aquello más pacífico: la aceptación.
Quien reconoce esta verdad, amplia su mirada más allá de la cosmovisión confrontativa y se abre a ejercitarse en lo empático. Ciertamente, la empatía no es un engranaje que se pueda activar mediante interruptor. Es un estado que conjuga la observación, la presencia e, indudablemente, la inteligencia. Requiere conformar unas habilidades emocionales y afinar un discernimiento sutil. Del mismo modo que uno se prepara para la confrontación, uno debe prepararse para el acto empático.
El culto a la norma
No obstante, la cultura de nuestro país y del mundo occidental, se encuentra calada por la autonomía apática. Sin entrar a analizar por qué esto sucede, me permito apuntar una de las claras consecuencias de esta deriva: todo conflicto deviene asunto legal.
Que todo conflicto haya de ser encuadrado en la ley es un error de sociedad que ha olvidado su legado moral y, a nivel individual, necesitada de un nuevo imaginario ético. No hay que olvidar que, como tácitamente se reconoce en el uso de jurados populares, el lego jurídico es capaz de razonar y evaluar; es decir, todos nosotros o cualquiera.
El paradigma de la autocomposición, en mi opinión mal llamada así, pues se precisa del otro involucrado para llegar a una solución, lleva el asunto un paso más allá. No le pide un juicio a nadie. Mejor aún, incita e interpela a las partes confrontadas a exponer motivos y necesidades para llegar a una solución. El mediador es el medio en el que se favorece el ordenamiento, la ponderación y el conocimiento de las necesidades propias y las ajenas ya que, por lo general, el vínculo humano, en conflictos de cualquier índole, degenera cuando lo necesario para una persona es inaceptable para otra o se niega cualquier tipo de reconocimiento.
En este ejercicio vincular, la ley puede ser necesaria, pero no actora principal. El espacio de autocomposición es un espacio de regeneración de la función del órgano empático. En este compromiso en pos de la bondad y la concordia, es imposible y contraproducente depender de una normativa que regule el ejercicio del bien o de su aplicación abstracta.
La inundación normativa a favor del ejercicio de convivencia corre el serio riesgo de convertirse en un corsé que mantenga las formas y atrofie nuestra intuición y musculatura relacional. Es más, ya hay claras muestras de los efectos adversos: estamos convencidos de que la sentencia resolverá el conflicto. En esta tesitura, los tribunales se convierten en vertederos de conflictos no asumidos y los casos se aglomeran a la espera de un veredicto “salvador”. La autonomía está fracasando y la empatía se entumece.
Remover la cultura personal y colectiva
“Lo más personal es lo más universal” – Carl Rogers.
La cultura de la mediación y del acuerdo propone reconocer que para llevar una vida autónoma no se pueden delegar los problemas a cambio de dinero. Es una falta de responsabilización. El proceso autocompositivo es fuente de salud emocional y un acto de ordenamiento político fuera de los packs ideológicos actuales.
En definitiva, la resolución de conflictos pactada es connatural a la condición humana y muestra de verdadera autonomía. Recordar la codependencia es un proceso continuo y, tal cual su etimología, quien recuerda pasa por su corazón y puede enfocar el conflicto de otro modo. Eso que el sociólogo alemán Hartmut Rosa retoma de la tradición confucionista y llama resonancia. En ese estado óptimo del organismo social, la justicia es un proceder originado en la cultura del vínculo.