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La firma

La dimensión cognitiva del hombre

"La ignorancia puede llevarnos a la maldad"

(Imagen: E&J)

Pedro Tuset del Pino

Magistrado-juez de lo Social de Barcelona




Tiempo de lectura: 4 min

Publicado




La firma

La dimensión cognitiva del hombre

"La ignorancia puede llevarnos a la maldad"

(Imagen: E&J)



El saber es consustancial al ser humano y corre paralelo y de manera inexorable con el desarrollo de la persona y, por ende, de la sociedad a la que pertenece y en la que se integra.

El saber, vinculado a nuestra capacidad cerebral, presupone la existencia de consciencia, autodeterminación y conocimiento, de modo que el conocimiento adquirido y acumulado se transforma en experiencia, que es heredada por las generaciones posteriores, aunque mejorada y desarrollada, de donde surge la evolución como necesaria consecuencia.



Sin embargo, el conocimiento viene condicionado por muchos factores, entre ellos el núcleo familiar, el lugar donde se nace, el país y la sociedad a la que se pertenezca, el paisaje, el clima y las influencias de todo tipo, porque si hay algo cierto es que el hombre no puede desentenderse de su entorno social.

La importancia de la dimensión social del hombre ya fue subrayada por los clásicos pensadores griegos.

Aristóteles, en su libro La Política, definió al hombre como zoon politikón, es decir, como un ser social por naturaleza, como un ser que solo alcanzaba su verdadera naturaleza viviendo en la polis, en la sociedad. El hombre es un ser naturalmente sociable, aseveró, de suerte que quien vive fuera de la sociedad, por organización y no por efecto del azar, es o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana: o es un bruto, o es un dios.



Aunque no debe olvidarse la dimensión interior del hombre. Para Sócrates, el hombre debe alcanzar la verdad mediante el autoconocimiento, del que deriva su máxima «conócete a ti mismo», y a la vez desarrollar su intelecto, vertida en otra máxima «sólo sé que no sé nada», de modo que la ignorancia puede llevarnos a la maldad, por lo que sólo a través del conocimiento y la inteligencia alcanzaremos la virtud.

«Sólo a través del conocimiento y la inteligencia alcanzaremos la virtud»

Otro filósofo clásico, Séneca, aseveró que la superioridad del hombre se basa en la ratio, base de su capacidad para organizarse en sociedad, cuya finalidad primordial es la búsqueda de protección frente a los animales y las adversidades.

Si bien esta particularidad formó parte de un primer estadio de su evolución, a medida de que las sociedades se asentaron y crecieron, el hombre desarrolló su actividad entre lo privado la domus y la familia y lo público la res pública–, lo que dio lugar a la organización social por medio del poder instaurado y de un cuerpo legislativo complementado por el aparato judicial que, en sus orígenes, era el brazo ejecutor de los designios e intereses del rey.

Ese mismo conocimiento, en cuanto se hizo imprescindible, supuso un elemento diferencial que generó una división en clases, dando lugar a las desigualdades, basadas en el mayor o menor poder económico.

Dependiendo de la forma de régimen político imperante, las sociedades transcurrieron con mayor o menor fortuna, pero el hombre continuó siendo el centro de todo, como lo es en la actualidad, sin que le haya desplazado ni lo consiga la mal denominada Inteligencia Artificial, porque en tanto que inteligencia nace de la razón y esta es exclusiva del hombre; y en cuanto artificial  resulta opuesto a lo natural.

Nuestra sociedad actual, altamente organizada, planificada, tecnificada e interconectada, no deja de ser el resultado directo de la acción del hombre, de su ratio, del conocimiento aplicado.

(Imagen: E&J)

Está por ver qué nos deparará el futuro, que para Nietzsche solamente puede surgir de una crítica del presente que consiga escapar de sus condiciones contemporáneas para reafirmar el horizonte inhumano e invariable del devenir de la vida.

No obstante, los neurocientíficos, entre ellos Antonio Damasio, han dado un paso más para defender la tesis de que la máxima filosófica de René Descartes, “cogito ergo sum” (pienso luego existo) debe ceder a otra diferente según la cual en tanto que existo pienso, de modo que ya no se trata de que la mera acción de pensar garantice la existencia del hombre como ser pensante o, dicho de otro modo, que la lógica no sólo se basa en la razón, sino esencialmente en la emotividad, en nuestras emociones, fuente inspiradora, como sucede con el arte o la literatura, de nuestra actividad cerebral.

«La lógica no sólo se basa en la razón, sino esencialmente en la emotividad, en nuestras emociones, fuente inspiradora, como sucede con el arte o la literatura, de nuestra actividad cerebral»

Emociones que, para el profesor de neurociencia Jopseph Ledoux, parten de la amígdala y transcurren hasta el hipocampo, ambas alojadas en nuestro cerebro. Mientras la primera es la fuente de las emociones, la segunda almacena y hace accesible que ciertos recuerdos afloren en nuestra consciencia.

Precisamente, esta emotividad que actúa como motor del logos nos aleja aún más de la inteligencia artificial, al menos en términos deductivos.

No en vano, como refería el divulgador Eduardo Punset, nuestra mente es lo que somos. Recuerdos, emociones y experiencias se acumulan en el cerebro fijándose en las uniones electroquímicas entre los millones de neuronas que contiene.

Parece evidente que nuestra forma de pensar y de evolucionar no ha corrido paralelamente, o al menos acompasadamente, con nuestra historia desde los primeros homínidos. H.G. Wells ya aventuró en una conferencia pronunciada en 1902, refiriéndose a los siglos XIX y XX, que “en el siglo pasado hubo más cambios que durante los mil años anteriores. Y los que ocurrirán en el nuevo siglo harán que los del siglo pasado apenas sean perceptibles”.

En esta ingente tarea descubridora se pone al descubierto nuestra capacidad de crear, de adaptar nuestro entorno a nuestras cambiantes necesidades, aun a costa, y he ahí el problema, de la naturaleza, que nos envuelve, acoge y protege.

¿Hasta dónde seremos capaces de llegar?