La invasión a Ucrania: un ataque a Europa y a sus valores
"Para disfrutar derechos, han de asumirse deberes"
"Los ucranianos están pagando un altísimo precio por determinarse a convertirse en una democracia y adherirse al camino europeo"
La invasión a Ucrania: un ataque a Europa y a sus valores
"Para disfrutar derechos, han de asumirse deberes"
"Los ucranianos están pagando un altísimo precio por determinarse a convertirse en una democracia y adherirse al camino europeo"
Como un reflejo de la “pax romana”, en los últimos setenta años Europa ha vivido un inédito período de estabilidad y paz. Un período que coincide con la hegemonía americana cuya presencia internacional proyectó un paradigma mundial basado en el multilateralismo y la democracia liberal. Esta situación encuentra su clímax tras la caída del bloque soviético y la consiguiente ola de democratización que llevó a Fukuyama a hablar de “el fin de la Historia”.
El resurgir de la Guerra Fría
No obstante, desde la Gran Recesión de 2008, que a mi juicio tiene su origen en las incertidumbres creadas desde la caída de las Torres Gemelas; parece que ese mundo donde el ideal era el liberalismo, se está desgastando. Ahora nos encontramos en una etapa de desencanto social y político, carente de liderazgos fuertes, en el que los populismos crecen, la desinformación campa a sus anchas, la sociedad está más polarizada que nunca antes y las libertadas garantizadas por la democracia se dan por sentadas, sin que se acepte que, para disfrutar completamente de derechos, deben también asumirse deberes.
Los últimos acontecimientos en Ucrania han demostrado que estamos ante un resurgir de la Guerra Fría y la política de bloques, un escenario en el que no compiten ideologías ni modelos económicos, sino en el que democracia y autocracia compiten entre sí por la hegemonía mundial.
Pudiera pensarse que la democracia, maniatada en su propia defensa por sus propios valores y principios, junto con los defectos que se puedan achacar al paquete liberal, está perdiendo la batalla. Sin embargo, no debemos olvidar que nuestro sistema tiene mejores credenciales que cualquiera de sus otras alternativas, pues nunca se ha disfrutado de mayor paz o prosperidad que bajo el orden liberal de principios del siglo XXI.
Putin y su miedo a la expansión de la democracia
La situación internacional siempre ha sido cambiante a lo largo de la Historia y siempre ha habido un detonante último que, coincidiendo con periodos de crisis, ha constituido la expresión final de un sistema, y este período feliz no podía ser diferente. Así, tal y como lo hizo la bala de Sarajevo del 28 de junio de 1914, la invasión de Ucrania del 24 de febrero de 2022, rompe con el statu quo del continente europeo.
Por su parte, Putin lleva años dándonos avisos, y desde su toma de posesión no ha hecho sino intentar aumentar su poder en la antigua zona de influencia de la Unión Soviética. Para ello, se servía del apoyo a mayorías prorrusas que habitaban en otros Estados soberanos. Ejemplos sobran: Transistria, Abjasia y Osetia en los noventa; Georgia en 2008; Crimea y Donbás en 2014.
Su objetivo era claro: frenar el avance del proceso integrador y democrático europeo que cada vez avanzaba más hacia aquellos países que un día constituyeron el Pacto de Varsovia.
Además, para acabar de entender cómo ha funcionado la política exterior rusa los últimos quince años, debe hacerse mención a dos fenómenos. Por un lado, la influencia que Rusia mantiene en determinados estados, como Bielorrusia o Kazajistán. Y, por otro, la geopolítica que ha sabido jugar Putin más allá del espacio postsoviético. De sobra son conocidos los vínculos que existen entre Rusia y otros países de corte autocrático en Iberoamérica y en África, y tampoco puede dejar de hablarse de la presencia rusa en las dos grandes guerras de esta década: Libia y Siria. Es decir, Rusia ha creado un movimiento de pinza geográfica, tejiendo alianzas al este y a sur de la Unión Europea, a través del cual ha tratado de sofocar y desestabilizar las democracias europeas, aprovechándose de la deriva aislacionista que, hasta ahora, imperaba en Estados Unidos; y de la incapacidad del mundo occidental en su conjunto para actuar en el escenario global.
Algunos analistas apuntan ya a que Putin, al invadir Ucrania y destruir las cosechas de cereal, planeaba también crear una crisis alimentaria que incentivase las olas de migración irregular hacia Europa. En efecto, los chantajes migratorios han sido en los últimos años moneda común en las actuaciones de los regímenes autocráticos que rodean a Europa, combinados con otros tipos de ataque, a través de campañas de desinformación, inferencias en procesos electorales y ciberataques.
El papel de la UE
Por eso es importante que ahora en la Unión Europea sepamos encontrar en las Políticas de Vecindad los mecanismos necesarios para mantener a raya oportunismos autocráticos que puedan hacernos daño. Así, una correcta inversión comercial u económica, permitiría un mayor bienestar en las regiones colindantes y, por consiguiente, habría un menor riesgo de utilizar el descontento de la población para presionarnos con oleadas de migración ilegal.
Es en este punto donde, quizá, los europeos hayamos sido víctima del buenismo o de nuestro propio idealismo, ya que aplicábamos las reglas del juego democrático en un tablero mundial diferente. No obstante, conviene recordar aquí, que el Partido Popular Europeo (PPE) lleva años luchando por una Defensa Europea unitaria y por reactivar las relaciones trasatlánticas en el ámbito militar. Parece que ahora todos se quieren sumar al carro, pero ¿qué otros rumbos podrían haber tomado los acontecimientos si se nos hubiera escuchado antes?
Una vez más faltó liderazgo europeo, que adelantase retos trasnacionales y faltó una respuesta unitaria que hiciera frente a un problema común. Y esa actitud nos ha colocado en una situación muy comprometida con respecto a cuestiones inmediatas de seguridad a la hora de defender nuestras fronteras.
En cualquier caso, los actuales acontecimientos en Ucrania han cambiado la idea de cooperación militar, sin lugar a dudas. Afortunadamente, hemos comenzado a mover voluntades en el seno de la Unión, con el ánimo de una mayor autonomía estratégica en ciertos sectores clave.
En cierto sentido, la UE siempre ha funcionado así: haciendo de las crisis momentos refundadores. Con la crisis financiera de 2008, reforzamos el sistema bancario; tras el Brexit, hemos podido avanzar más rápido en cooperación e integración que nunca; con la pandemia provocada por el Covid, aprobamos paquetes de ayudas con un endeudamiento a nivel europeo por primera vez en la historia. Y ahora, hemos demostrado una unidad y determinación sin precedentes en nuestra respuesta ante la invasión rusa.
La UE ha dado un gran salto en su respuesta a la agresión rusa. Sobre todo, si se tiene en cuenta que tradicionalmente, la política exterior y de seguridad ha sido lenta y tibia debido a la falta de consenso entre los estados miembros y a la necesidad de unanimidad en la toma de decisiones.
Así, la UE ha tomado una serie de medidas que, en circunstancias normales, habrían suscitado una fuerte oposición. Entre otras podemos mencionar la decisión para activar la Directiva de Protección Temporal de 2001, que concede la residencia temporal a los refugiados ucranianos y que podría generar finalmente una unificación de criterios en las políticas migratorias europeas; o la decisión de utilizar el Fondo Europeo para la Paz para la entrega de armas a Ucrania. Medida, ésta, que rompe con la tradicional forma de actuar de Europa en estos casos, ya que hasta ahora sólo se había ofrecido una respuesta económica, a través de paquetes de sanciones.
A este respecto, bien es verdad que las sanciones aprobadas por la UE son históricas, y más si se tiene en cuenta que provocarán una repercusión inmediata para nosotros mismos. Pero ante una coyuntura de posible enfrentamiento a largo plazo con Moscú a la UE no le queda más remedio que emplear todas las herramientas que pueda tener a su disposición para defenderse.
Realmente, la situación no merecía una respuesta distinta y ya no sólo porque haya que poner fin al derramamiento de sangre en Ucrania, sino porque son nuestros propios valores los que se encuentran en juego en esta guerra.
Los siguientes pasos de la UE
Este cambio de paradigma en la política militar de la UE también se refleja en la “Brújula Estratégica” que la UE adoptó el 21 de marzo. Este documento, en parte estrategia y en parte plan de acción, ofrece un análisis de las amenazas y una mayor orientación a la hora de ejecutar la seguridad y la defensa europea.
A la luz de la agresión rusa en Ucrania, el texto plantea una serie de iniciativas concretas como el desarrollo de una capacidad de despliegue rápido de 5.000 soldados bajo el mando directo de la UE, y no de los Estados miembros.
Asimismo, también es interesante hacer lectura de los nuevos debates sobre la política de ampliación, ya que inmediatamente después de que Zelenski presentara la candidatura de Ucrania, Georgia y Moldavia presentaron la suya. Negarles este status de candidatos no sólo sería cruel, sino también una negación de los propios valores sobre los que se construye nuestra Unión. Los ucranianos están pagando un altísimo precio por determinarse a convertirse en una democracia y adherirse al camino europeo. Georgia y Moldavia también están en primera línea de la Nueva Guerra Fría que estamos viviendo.
Todo país que ingrese en la Unión Europea debe cumplir con un proceso de adhesión, conformado por una serie de requisitos económicos y políticos. Este proceso es largo, pero mientras tanto, el status de candidato nos dará la oportunidad de ayudar a Ucrania.
Todo esto plantea un escenario de mayor importancia de la OTAN en el escenario internacional. Y es que, si hace apenas dos años Macron señaló que la organización estaba en muerte cerebral, hoy hemos atendido a un gasto de defensa histórico entre sus miembros, a una unidad inquebrantable y a una ampliación de la misma en Escandinavia.
Como conclusión, la UE ha demostrado que es capaz actuar con decisión y unidad, aunque en el pasado le haya faltado voluntad y cohesión en materia de política exterior; y el reto será mantener esta actitud en el futuro. La respuesta a la invasión de Ucrania ha permitido a la UE labrarse un papel más importante en la política exterior, de seguridad y defensa, y ahora toca trabajar para asegurar la superación de las carencias del pasado y empezar a abordar las espinosas cuestiones que conlleva ser un actor principal en seguridad y defensa. Tarea que debe ser asumida con la misma determinación y unidad que la UE mostró durante los primeros días tras la invasión rusa. Sólo así seremos capaces de luchar contra los enemigos de la democracia, del liberalismo y del Estado del Bienestar.