Connect with us
La firma

Las ejecuciones y las torturas como forma de imponer las reglas y las buenas costumbres de la sociedad

"La ejecución ha sido una manera de imponer las reglas"

(Foto: E&J)

Pedro Tuset del Pino

Magistrado-juez de lo Social de Barcelona




Tiempo de lectura: 7 min

Publicado




La firma

Las ejecuciones y las torturas como forma de imponer las reglas y las buenas costumbres de la sociedad

"La ejecución ha sido una manera de imponer las reglas"

(Foto: E&J)



Vaya por delante que con el título del presente comentario no me refiero a la ejecución de sentencias y otros títulos con fuerza de ley, contenidas en el art. 517 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, en forma de embargo tras la localización e investigación de bienes afectos y que termina con la completa satisfacción del acreedor ejecutante, sino a la ejecución de las penas por delitos a través la historia de la humanidad, algo mucho más cruel y sangriento, como se comprobará, que verse despojado de los bienes muebles e inmuebles de nuestra propiedad.

Y es que durante miles de años, la ejecución pública ha sido una manera de imponer las reglas y las buenas costumbres de la sociedad, desde las primitivas comunidades de cazadores y recolectores hasta las más sofisticadas de sociedades más avanzadas y cultas como la del Imperio Romano o la nacida de la Revolución francesa.



A medida que la sociedad avanzó en sus costumbres y usos sociales, los castigos a las reglas morales imperantes en cada época, con la religión a la cabeza, fueron acomodándose y perfeccionándose, con la finalidad no oculta de restablecer el orden natural, afianzando al Rey y a los gobernantes que detentaban el poder y como forma de dar ejemplo evitando caer en tentaciones y revueltas.

«Durante miles de años, la ejecución pública ha sido una manera de imponer las reglas y las buenas costumbres de la sociedad» (Foto: E&J)

Desde luego, la ejecución de los castigos comportaba, la mayor de las veces, la pena capital, la muerte del reo, lo que disparó la imaginación para lograr sistemas cada vez más sofisticados que a la par acaban con la vida del castigado le infringieran el menor sufrimiento posible, sin que ello fuera ajeno a que las ejecuciones se convirtieran en un espectáculo público, llevadas a cabo por lo general en una zona o plaza céntrica, con la masiva asistencia de mayores, jóvenes e, incluso, niños, que se peleaban por conseguir un sitio privilegiado para ver con todo lujo de detalle la función del día, aun a costa de morir aplastados en el intento.



Claro es que a veces, el interés no era tanto ejecutar sino arrancar una confesión, lo que se lograba mediante la tortura, de la que el posterior ajusticiamiento del criminal era tan solo la culminación de un largo, o breve, procedimiento judicial que, como el lector avezado ya habrá supuesto, estaba carente de todo tipo de garantías, tal como las entendemos hoy en día, y de las que fue un modelo a seguir el Tribunal de la Santa Inquisición, del cual tendré ocasión de explayarme en otro artículo.

Los mismos torturadores eran profesionales al servicio de la autoridad que se desplazaban de una ciudad a otra con sus instrumentos de tortura para acometer su labor. Su mera presencia ante el reo producía tal intimidación y temor que, en ocasiones, confesaba sin necesidad de ser sometido a ningún castigo corporal. Si no era así, el torturador, en un especie de rito o de ética profesional, explicaba con todo lujo de detalles en qué consistiría la tortura, desplegando todos sus artilugios de manera ordenada lo que, nos podemos imaginar, ya era en sí mismo una forma de claudicar o, en todo caso, de sufrimiento avanzado.

Pera de la angustia, otro elemento utilizado en prácticas de tortura (Foto: Wikipedia)

Los sistemas de tortura fueron, realmente, dolorosos e inaguantables, como la garrucha, en que los reos tenían las manos atadas por detrás y levantados con un mecanismo de polea, pudiendo a veces colocarle unos pesos en los pies para causar mayor presión en las articulaciones.

Otro método muy extendido consistió en clavarle al reo agujas o astillas de madera bajo las uñas, obligarle a comer heces o gusanos, o beber su propia orina.

Otras veces, dejaban caer cera o plomo fundido sobre el cuerpo, o velas encendidas en partes sensibles. También se extendieron métodos como los dispositivos de tornillo, en que el torturador atornillaba una placa de hierro en una articulación sensible y aplicaba cada vez más presión. O la denominada corona, colocada en horizontal en la cabeza o en vertical desde la mandíbula hasta la parte superior de la cabeza, apretándose para fracturar el cráneo o la mandíbula.

Sin olvidarnos del potro, que servía para dislocar las extremidades y arrancar confesiones. Y qué decir del uso de las tenazas calientes con las que el verdugo arrancaba trozos de carne del condenado, entre espantosos gritos de dolor.

Dejando de lado las torturas, de las que una buena muestra de ellas se pueden contemplar en el Museo de la Tortura, en Santillana de Mar (Cantabria), formas de ejecutar han habido, y aun desgraciadamente existen, muchas y de las más variadas, comenzando, quizás, por la más antigua, la crucifixión, en la murió Jesús.

Museo de la Tortura en Santillana del Mar (Foto: Wikipedia)

La hoguera se hizo muy popular en toda Europa, aproximadamente, entre 1560 y 1650, como medio de exterminio de las brujas y, de paso, para acabar con la herejía de quienes contravenían los principios de la Iglesia católica. Antes de ser clavados en la cruz eran vestidas de ropas inflamables que aceleraban el proceso, aunque sin evitar una muerte agónica, en especial si la hoguera estaba mal encendida, lo que daba lugar a horas de inigualable agonía, si bien a veces se colocaba un dogal en el cuello del condenado para que el verdugo lo estrangulara antes de que el fuego hiciera su letal cometido.

Llegamos al desuello, practicado principalmente por los pueblos de América, aunque también en Europa medieval. Los brazos o las piernas de las víctimas se ataban a un poste vertical y uno o varios torturadores levantaban poco a poco la piel con cuchillos muy afilados, empezando por la cara o los pies.

El ahorcamiento a través de la colocación de una soga alrededor del cuello, fue otro método bastante popular, que comenzó atando una simple cuerda a un árbol para luego sofisticarse mediante el uso de sistemas de pesos y medidas para calcular la caída perfecta que acelerara la muerte del condenado, evitándole sufrimientos innecesarios. Existían dos tipos de ahorcamiento, básicamente: la caída corta, en la que el dogal comprime las vías respiratorias, causando una lenta estrangulación por asfixia; y la caída larga, basada en el efecto de choque de la repentina sacudida que rompe el cuello, causando la muerte cerebral.

En España se impuso el garrote, cuyo origen era un antiguo método chino. Se ataba al prisionero en un asiento de madera y se le colocaba por detrás un collar de hierro de latón con goznes para inmovilizarlo contra un poste. A la altura de la nuca había un enorme tornillo de hierro, rematado con un punzón o una cuchilla, que el verdugo giraba mediante una palanca hasta que el punzón penetraba en el cuello del ajusticiado y le rompía la columna cervical. Ni que decir tiene que le destreza del verdugo era esencial para evitar agonías desagradables.

El pelotón de fusilamiento tiene origen militar y se lleva a cabo mediante un pelotón de fusilamiento, integrado entre seis y doce tiradores, que se sitúan a una distancia de seis a nueve metros del condenado, que normalmente está vendado y atado a una estaca. Cada fusilero recibe una bala, aunque tradicionalmente se entrega una bala de fogueo a un tirador para que ninguno de ellos tenga la certeza de haber matado con su fusil.

También se extendió el uso de la guillotina, especialmente en Francia, obra del médico y político Joseph-Ignace Guillotin, proponiendo ampliar el uso de la decapitadora a todos los culpables, de cualquier rango y condición. Así lo expresó en su proyecto de reforma de la legislación penal, el 1 de diciembre de 1789, que fue aprobado un par de años más tarde, cuando el 6 de octubre de 1791 el Código Penal rezaba así: «La pena de muerte consistirá en la simple privación de la vida, sin que sea posible ninguna tortura contra el condenado». A lo que se añadía: «A todos los condenados a muerte se les cortará la cabeza».

Otros métodos más modernos consisten en la silla eléctrica, cuyo primer ejecutado tiene nombre y apellidos: William Kemmler, condenado por apalear a su esposa hasta matarla, y al que se le suministró 1.000 voltios de electricidad en la cabeza, lo que no le evitó una muerte angustiosa digna de una película de terror.

«Otros métodos más modernos consisten en la silla eléctrica» (Foto: Archivo)

La cámara de gas se inauguró, como no, en EEUU el 8 de febrero de 1924 en la cárcel estatal de Nevada, sistema que fue mejorándose con el tiempo. Concretamente, en 1936 se empleó en la cárcel estatal de Missouri,  añadiéndose cianuro de potasio a una solución de ácido sulfúrico para crear un gas de cianuro letal, aunque el reo tardó 11 minutos en morir. Nada comparable con los 18 minutos en que lo hizo otro reo, el 3 de marzo de 1999.

La inyección letal es actualmente el método de ejecución más habitual en los 27 estados norteamericanos donde aún es legal la pena capital, consistente en el suministro de un cóctel de tres fármacos.

El primero, una buena dosis de tiopental sódico, un anestésico que deja inconsciente. Luego, 100 miligramos de bromuro de pancuronio para paralizar los músculos y provocar la asfixia mientras los pulmones se colapsan. Por último, se administra cloruro de potasio para paralizar el corazón.

La descripción de las torturas y métodos de ejecución descritos no son ni muchos menos los únicos. He querido centrarme en algunos de ellos, sabiendo que es una materia desagradable pero que forma parte de la historia de la humanidad o, mejor dicho, de la crueldad del ser humano.

Lamentablemente, aun hoy en día en muchos países es legal la ejecución como forma de castigo e, incluso, la tortura, lo que se aparta del ideal de la justicia y de la pena como sistema rehabilitador.

3 Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *