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La firma

Los clásicos grecolatinos

"Un tesoro del patrimonio cultural de la humanidad"

(Imagen: E&J)

Pedro Tuset del Pino

Magistrado-juez de lo Social de Barcelona




Tiempo de lectura: 7 min

Publicado




La firma

Los clásicos grecolatinos

"Un tesoro del patrimonio cultural de la humanidad"

(Imagen: E&J)



Ningún apasionado de la lectura puede dejar de lado a los grandes clásicos grecolatinos. Leer sus textos es enamorarse y dejarse enamorar de sus enseñanzas, batallas, filosofía y odas, llenando nuestros sentidos de luz y de emoción.

De entre todos ellos, me quedo con Homero, el gran padre de la literatura, de quien el gran poeta Luis Alberto de Cuenca ha dicho que todo bachiller occidental debería poder declamar de memoria los primeros versos de la Ilíada.



Esos versos, a los que se refiere, se recogen en el Canto I y dicen así: “La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores, precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros y para todas las aves –y así se cumplía el plan de Zeus–, desde que por primera vez se separaron tras haber reñido el Atrida, soberanos de hombres, y Aquiles, de la casta de Zeus”.



No en vano, la Ilíada es el poema épico más antiguo de la literatura europea, compuesto poco antes del año 700 a.C., probablemente en la costa occidental de Anatolia o en una de las islas adyacentes, por un poeta llamado Homero (el autor seguramente también de la Odisea), del que ni los propios griegos de la Antigüedad conocían nada con seguridad.



Sin embargo, hay otros autores que fascinan y embargan. De entre ellos Sófocles y sus tragedias, como Áyax, Las Traquinias, Antígona, Edipo Rey, Electra, Filoctetes o Edipo en Colono. Estas 7 tragedias han sobrevivido al paso del tiempo al haber sido consideradas, nada menos que durante más 2.500 años, dignas de ser leídas y conservadas para generaciones futuras. Hemos de tener en cuenta que el teatro griego se convirtió en el gran género de la época clásica ateniense y, junto con los poemas de Homero, conforma la idea que tenemos de la Antigüedad, respecto de las que Sófocles fue un tragediógrafo prolífico al componer unas 120 obras.

En uno de los pasajes de Edipo en Colono, éste recita: “¿Qué utilidad, pues, reporta la gloria o buena fama en vano extendida si dicen que Atenas es la más piadosa y que solo ella protege al extranjero maltratado y es la única que puede socorrerle? Por lo menos en mi caso, ¿dónde está esa fama si vosotros, tras levantarme de este asiento me expulsáis solo por temor a mi nombre? No teméis, ciertamente, mi persona ni mis acciones, ya que estas las he padecido más que cometido –si es que fuera conveniente hablaros de mis relaciones con mi padre y mi madre a causa de las cuales sentís temor ante mí–. Lo sé bien.”

(Imagen: E&J)

¿Y qué decir de Virgilio y su Eneida? Eneida es, en apreciación unánime de los expertos de la literatura latina antigua, su cima, el más inequívoco producto del clasicismo romano, fruto no solo de la plenitud y colmo de un proceso histórico, sino también, al mismo tiempo, de la madurez espiritual y creativa de su autor. En su Libro VIII, donde Evendra muestra a Eneas los lugares que serán luego Roma, podemos leer: “Y a mí que desterrado de mi patria iba en busca de los lindes del mar, la todopoderosa fortuna y el destino ineluctable me asentó en esta tierra a donde me acuciaron los tremendos avisos de mi madre, la ninfa Carmenta, siguiendo los oráculos del mismo dios Apolo. Apenas acabó de hablar, adelantándose le enseña el altar y la puerta que los romanos llamaban Carmental en homenaje rendido ya de antiguo a la ninfa Carmenta, la adivina transmisora del hado, la que vaticinó primero la grandeza de los hijos de Eneas y su gloria a Palanteo. Y enseguida le enseña el bosque ingente donde emplazó su albergue el intrépido Rómulo. Y al pie de la húmeda roca le muestra el Lupercal, llamado así como es uso en Arcadia llamar a Pan Liceo”.

Otro de los autores de indudable estilo e imprescindible, en esta personal selección de autores clásicos, es Aristóteles. Se ha afirmado que los escritos de Aristóteles han sido, a lo largo de los siglos, una pieza esencial para la historia de la cultura europea. Sin ellos no pueden entenderse muchas de las ideas que constituyen el entramado de nuestra cultura occidental y en los que se plantea el sentido y la estructura del “hacer” humano, de la “filosofía de las cosas humanas”.

De su magna obra destacaré tres títulos: Ética a Nicómaco, Ética a Eudemo y Retórica. De éste último, su Libro I, ordinal 12, se refiere a los Modos de ser de quienes cometen injusticia y de quienes la padecen: “Pues bien, los hombres cometen injusticia cuando piensan que poner en práctica una determinada acción es posible, y posible para ellos mismos, ya porque consideren que han de quedar ocultos después de realizarla, ya porque o, en caso de sufrirlo, la pena será, para ellos o para quienes son objeto de su interés, menor que la ganancia. Más adelante expondremos cuáles son las acciones que aparecen como posibles y cuáles como imposibles; pero, por su parte, quienes sobre todo piensan que pueden cometer injusticia impunemente son los dotados de elocuencia, los hombres de acción, los expertos en muchas clases de debates judiciales, los que tienen muchos amigos y los que son ricos. Y piensan que pueden, en especial si ellos mismos están en las condiciones acabadas de decir; pero también, de lo contrario, si disponen de amigos servidores o cómplices con estas cualidades, puesto que, por su medio, pueden quedar ocultos y no sufrir proceso. E, igualmente, sin son amigos de aquellos contra quienes han cometido la injusticia o de los jueces; en el primer caso, en efecto, los amigos no están prevenidos contra la injusticia que les hacen y se avienen a una conciliación antes de proceder; y, en el segundo, los jueces son favorables a quienes son sus amigos y, o bien los dejan en completa libertad, o bien les imponen penas pequeñas.”

En el epígrafe 1228b, del Libro III, de Ética a Eudemo, dedicado al Examen de las virtudes éticas, podemos leer: “Puesto que la valentía es el modo de ser mejor en relación con el temor y con la osadía, y que no se ha de ser ni como los temerarios (que son insuficientes de un lado y, del otro, excesivos), ni como los cobardes (pues hacen lo mismo, pero no respecto de las mismas cosas, sino en sentido contrario, puesto que les falta confianza y les sobra temor), es evidente que el modo de ser intermedio entre la temeridad y la cobardía es la valentía y ésta es la mejor. Parece que, de ordinario, el valiente carece de miedo, mientras que el cobarde es medroso; éste teme tanto las muchas como las pocas cosas, lo mismo las grandes que las pequeñas, y tan violenta como rápidamente; el otro, al contrario, no teme nada o moderadamente, y apenas y raramente, y solo las grandes cosas; soporta cosas muy temibles, mientras que el otro ni siquiera lo que es ligeramente temible”.

(Imagen: E&J)

No puede faltar, en esta selección, Fedro, autor de las siempre jocosas y moralizantes Fábulas, dando origen a un nuevo género literario, la fabulística clásica, considerado como de menor categoría, pero sin desmerecer sus evidentes y relevantes méritos literarios, cuya lectura puede ser divertida y aleccionadora desde el punto de vista didáctico y moral, al lado de las fábulas, no menos interesantes, de Esopo, La Fontaine o Samaniego.

En sus Fábulas, Fedro se hace valer de los animales como principales protagonistas de sus historias (asnos, ovejas, ciervos, lobos, perros, leones, jabalís, comadrejas, zorras, cigüeñas, buitres, toros o palomas, entre otros muchos), y sin duda alguna hizo buena elección, aunque el lector podrá imaginar que tras ellos puede, sin duda alguna, aparecer cualquiera de nosotros.

De entre sus Fábulas citaré la de Esopo y el atleta victorioso: “De qué modo se reprende en ocasiones la jactancia. Una vez que el sabio frigio vio al vencedor de una competición atlética jactarse sin medida, le preguntó si su adversario era más fuerte. No digas eso, respondió el atleta, mis fuerzas han sido muy superiores. Entonces necio, dijo Esopo ¿qué mérito es el tuyo, si siendo más fuerte has vencido a uno menos vigoroso? Se te podría soportar si dijeras que habías superado con habilidad a alguien que era más fuerte que tú”.

En otra de sus fábulas, El oso hambriento, leemos: “El hambre aguza el ingenio de los animales. Si alguna vez en los bosques le faltan alimentos al oso, corre al litoral rocoso y, sujetándose a un peñasco, sumerge con cuidado sus peludas patas en la orilla; tan pronto como los cangrejos se enredan en los pelos de éstas, salta a tierra y, sacudiendo su presa marina, disfruta el astuto de la comida que recoge aquí y allá, pues hasta a los tontos el hambre les agudiza el ingenio”.

Para acabar, ¿qué decir de Marco Aurelio y sus singulares y reflexivas Meditaciones? Ha sido considerada una de las obras cumbre de la literatura filosófica y un tesoro del patrimonio cultural de la humanidad, que nos incita a explorar en las profundidades de nuestra propia existencia, sirviéndonos, aun hoy, pasados más de 2.000 años, a modo de guía, transmitiéndonos coraje, compasión y la búsqueda de una vida más plena y significativa.

Me he decantado por cuatro de sus meditaciones, que pueden servir, a modo de ejemplo, para definir su carácter y personalidad:

  • “Todos trabajamos juntos para el mismo fin, algunos de manera consciente, otros sin saberlo. Tal como creo que dijo Heráclito: incluso las personas dormidas son parte de la fábrica de todo lo que sucede en el mundo. Una persona contribuye de una manera, otra de una forma diferente; y hay espacio incluso para el crítico que intenta oponerse o destruir la producción, ya que el mundo también lo necesita. Así que te queda decidir en qué categoría te colocas. Sin duda, el que gobierna el Todo hará buen uso de ti y te incluirá en alguna parte de la fuerza de trabajo conjunta; pero asegúrate de que tu papel no sea ese personaje ridículo y vulgar de la comedia que señaló Crisipo”.
  • “Júzgate digno de toda palabra o acción que esté en armonía con tu verdadera naturaleza y no permitas que ninguna crítica o presión te convenza de lo contrario. Si lo que hiciste o dijiste estuvo bien, no renuncies a tu derecho. Los demás actúan según sus propias mentes y siguen sus propios impulsos. No te distraigas con eso. Sigue adelante, fiel a tu naturaleza y a la naturaleza universal, ya que ambas comparten el mismo camino”.
  • ¡Ten cuidado! No te creas el mejor ni vistas con las mejoras ropas: suele pasar. Conserva tu simpleza, bondad, pureza, seriedad, discreción, amor por la justicia, bondad y firmeza para distinguir el bien del mal. Lucha para seguir siendo el hombre que la filosofía quiere que seas. Respeta a los dioses, cuida a los hombres. La vida es corta. La única recompensa es adoptar unos hábitos piadosos y actuar para el bien de la sociedad”.
  • “No te pierdas en divagaciones. En cada impulso, actúa conforme a lo que es correcto; en cada pensamiento, cíñete a lo seguro”.

Invito todos a leer —o releer— a estos 6 clásicos universales de la literatura grecolatina, porque beber de sus fuentes es, ciertamente, un gozo, un soplo de aire fresco, de reencuentro con las cosas naturales, el saber y el conocimiento. En definitiva, con el hombre mismo.

Sus obras guardan el frescor de otros tiempos, otros lugares y otras gentes, pero siguen transmitiéndonos valores, comportamientos, decisiones y pasiones imperecederas, transmitidas de generación en generación, y que forman parte inalienable de nuestro propio ser.