Salud mental: la exigencia de estar bien
“Buscar la salud perdiéndola”
(Imagen: E&J)
Salud mental: la exigencia de estar bien
“Buscar la salud perdiéndola”
(Imagen: E&J)
Mi nombre es Pilar López Morales, psicóloga sanitaria nacida en Cádiz con residencia en Sevilla. Actualmente, trabajo en dos grandes clínicas: Grupo Dictea y Clínica Luces. Y hoy, os he venido a mostrar con transparencia lo que pienso sobre la salud mental.
Podría empezar a escribir sobre lo mal que está la salud pública, lo agobiados que se encuentran mis compañeros, la demora de las citas –si es que te la dan– y el poco tiempo de las sesiones que pueden ofrecer, pero, por mucho que hablara de esto, si no luchamos por ese derecho, no serviría para nada. Por lo que voy a remitirme a lo que sí podemos cambiar desde dentro, desde nosotros.
Por mucho que sea psicóloga, no es esa la imagen que quiero dar. Quiero que me leáis como una persona, simplemente, que también aprende día a día a lanzar los dados en este juego llamado vida.
Una psicóloga decepcionada
Te preguntarás el por qué de mi decepción con respecto a la salud mental, o mejor dicho, con respecto a cómo se está gestionando la salud mental. Y es que, cada vez veo un mayor mercado de felicidad, un “hay que estar bien” constante, una queja masificada de personas sobre la salud mental pública que luego no alcanza ni el 30% de presentación en las manifestaciones. No se lucha, es más fácil quejarse.
Una sociedad donde desde pequeños te enseñan a trabajar estando ocho horas en tu pupitre, prácticamente sin moverte hasta el descanso, ese descanso de 30 minutos que me recuerda perfectamente al tiempo de comer de muchos trabajadores en su jornada laboral de, casualmente, ocho horas.
Una atención primaria donde, desde mi humilde opinión y sin generalizar, se deriva más fácilmente a tomar cinco pastillas al día recetadas por psiquiatría, que sesiones semanales, o incluso mensuales, de psicología. Y es que estamos creando una sociedad dependiente de crear serotonina a través de un blíster, en vez de crear herramientas psicológicas que te ayudan a entender y afrontar. Y ojo, no digo que no sea necesario en muchos casos, pero, en un gran porcentaje, se disminuiría el consumo de psicofármacos si las personas tuvieran una mayor y mejor accesibilidad a la salud mental.
Después de no haber dejado títere con cabeza y expresar que lo siento, pero la salud mental no es eso para mí, quiero mostraros lo que sí es, en mi opinión, la salud psicológica.
Para mí, es poder valorar tus propios logros, levantarte por las mañanas después de haber podido dormir sin que una metralleta de pensamientos se acumulen como malas hierbas en una maceta. Poder hacer frente a los miedos, sin evitarlos, sin juzgarlos, solo aceptando que están. Aceptar tus emociones, aunque sean desagradables, sí, desagradables, no negativas, que no somos pilas. Saber poner límites a los demás, que vivimos en un momento donde el complacer parece que viene de serie con el color de ojos al nacer. Y gestionar la exigencia, concretamente la auto-exigencia.
Y me enfada, me enfada mucho que la sociedad intente hacer ver que la salud mental es estar siempre bien, esos “gurús” que intentan sanarte diciéndote que espabiles, que te levantes y empieces a cambiar tu vida, como si fuera así de fácil, tal vez.
Esos mensajes que venden (y literalmente, mucho) sobre la importancia de que tu día sea bueno con frases como “Un día sin sonreír es un día perdido” pero, ¿Y si no me siento así?, pues ahora me siento triste y culpable de sentirme triste. Esa bola de exigencia y culpabilidad donde en redes sociales ves a personas ganando mucho dinero, viajando, con muchos amigos haciendo planes que tal vez te pudieras pagar trabajando en tres vidas, unos cuerpos “perfectos”, alimentados de perfeccionismo y del “no puedo comer esto, que engorda”.
En definitiva, personas felices que esconden la realidad de la vida, la otra cara de la moneda, la cara oculta de la luna. Y mi pregunta es, ¿es realmente eso a lo que aspiramos? ¿A no sentir? ¿A nunca estar triste?¿A tenerlo todo bajo control?
Parece que sí, que el control nos “salva” de esa improvisación constante llamada vida, que nos ayuda a no vivir en el único momento que merece la pena, el presente, que además, siempre me ha llamado la atención que en inglés se traduzca como regalo.
Y es aquí donde quiero deciros que tanto intentar estar en el presente como la aceptación de emociones, me parecen fundamentales a la hora de tener una salud mental de calidad.
Las emociones
Las emociones, ese aparente gran enemigo que se rechaza como un puchero en verano (y en Sevilla). Eso que cuando lo sientes, te lo quieres quitar porque no te gusta, y te pregunto: ¿Podrías quitarte un pulmón si no te gustara tu forma de respirar?, ¿podrías arrancarte las cuerdas vocales porque no te gusta tu voz?. Pues eso. Nos han enseñado desde pequeños a quitar, evitar, rechazar, tirar, pero no a construir, no a saber cómo me siento ni qué se hace cuando me siento así. No nos han enseñado que las emociones, como la gran mayoría de cosas en nuestro cerebro, tienen una funcionalidad.
Sí, has leído bien, una función. Un “algo” que tiene que hacer esa emoción para que a ti te vaya mejor a largo plazo. ¿El problema? Que el tiempo a largo plazo tampoco nos lo han enseñado.
Queremos las cosas para ayer. La paciencia se encuentra en busca y captura con una gran recompensa para quien la encuentre. Lo que no estamos teniendo en cuenta es que, detrás de todo lo que se quiere, hay un se puede, ¿y cómo se puede conseguir estar alegre si tu mente te pide estar triste?Gran pregunta.
A lo que me atrevería a responder: Aceptando. Aceptando que estás mal, y que no pasa nada, contestando “estoy mal”, en vez de un “estoy bien” plagado de mentira a esa persona que te pregunta cómo estás, soltando todo aquello que te haga no comprender y no abrazar tus emociones, que no te ayude a fluir y que, por consiguiente te derive en no ser tú. Aceptando que no es tu vida la que está en un mal momento, sino un mal momento en tu vida.
Por eso, es tan crucial, importarte y necesario trabajarlas desde la infancia. Ese periodo que te empapas de lo que te enseñan, antes de volverte individualista pensando que solo tú sabes la fórmula.
Mi pequeña gran reflexión
Tras trabajar varios años en terapia, veo que hay un problema conjunto: el miedo a la muerte. Pero, ¿y si os digo, que no es a la muerte en sí, me creeríais? Y es que, cada vez veo más claro que el miedo a la muerte, en realidad es miedo a no haber vivido. Miedo a que una vez llegue el momento de irnos, miremos atrás y no haya cosas que contar, que nuestro libro esté vacío de proyectos, de ganas, de ilusión, de personas bonitas, de momentos únicos de esos que cuando los recuerdas, sonríes. En resumidas cuentas, de que tu vida haya tenido un sentido. Ese famoso ikigai que a tantas personas les falta, pero que se puede encontrar si buscas donde debes buscar.
Y aquí, junto con estas palabras que me salen del corazón, quiero nombrar el suicidio. El momento en el que se ha perdido el sentido.
El suicidio
La gran pandemia oculta que está más presente de lo que aparentemente parece. Este gran problema que parece no tocarte a ti, hasta que te toca y es ahí cuando empiezas a sentir que nadie te ha hablado nunca de eso, que nunca has recibido una información completa de qué puedes hacer si la idea te ronda la cabeza. Ese momento de desesperanza donde te sientes solo o sola y con miedo a decir lo que piensas porque no sabes cómo reaccionarían quienes te escucharan. Esa soledad, ese vacío que se siente como estar al borde de un precipicio emocional, esa mentalidad de «no voy a decir nada, para no preocupar”, como si tú no fueras una prioridad.
Si has pasado por esto, sabrás a lo que me refiero. Si no, espero que te haga reflexionar igual, que con conciencia, puedes estar salvando una vida sin saberlo, solo por decir “¿Necesitas hablar? Tengo tiempo para ti”.
Y si estás pasando por esto. Dilo. Exprésate. Grita al mundo lo que sientes. Sin miedo. Sin cumplir expectativas de nadie, solo la tuya por sanarte. Porque tú te mereces otra oportunidad.
Y aquí me gustaría nombrar a una profesión muy poco visible frente a los problemas de salud mental y suicidio: la abogacía. Esa ocupación donde el profesional se va a casa con una carga emocional muy alta que ni siquiera puede soltar desahogándose por la confidencialidad. Esa culpa que les invade cuando no consiguen lo que se proponen con los clientes. O esa impotencia de que un juicio no se celebre hasta quien sabe cuántos años. Y junto a ellos, otras muchas profesiones que trabajan, o mejor dicho, trabajamos, de cara al público sosteniendo la estabilidad emocional de miles de personas.
Por último, y no menos importante, quiero mencionar el tiempo.
Tiempo
Una palabra de solo seis letras que abarca toda una vida. El mejor amigo cuando lo tienes, el peor enemigo cuando no. Y en esas vivimos, en acelerar la vida para que dé más tiempo ¿a vivir?
Aceleramos los pasos para no perder el bus, no perder el tren, pero sí perdernos la vida. Aceleramos los besos cuando nos vamos, los “hasta luego” cuando llegas tarde al trabajo, cuando ni siquiera sabes si volverás. Aceleramos los audios de personas que cuando no estén, daríamos lo que fuera por escucharlos lentamente para deleitarnos con los detalles de sus voces. Aceleramos llamadas, o simplemente no llamamos porque “nos falta tiempo”. Aceleramos los paseos con los perros para llegar antes y seguir siendo productivos, esa productividad exagerada que está terminando con el ser humano.
¿Mi consejo? Para. Puede parecerte simple, tal vez lo sea. Pero a veces, no hace falta bucear muy profundo para encontrar un bonito coral.
Para, descansa de hacer para practicar más el ser. Para de hacer las cosas con la misma rapidez que tendrías si cuando llegaras a la meta todo fuera mejor. Para de no dedicarle tiempo a lo importante. Para de ducharte pensando en lo que harás mañana. Para de hacer listas interminables de cosas que “tienes que hacer”.
Para de pensar en el pasado, y en el futuro, para enfocarte más en las personas que tienes al lado, tus hobbies, tu amor propio, los colores que te rodean, los sonidos que te envuelven, las caricias del viento mientras andas, la lluvia y el sol cuando chocan en tu piel. Experimenta el momento, estés como estés, te sientas como te sientas, date la oportunidad de quedarte, simplemente observando, haciendo Mindfulness como estilo de vida. Que para eso te la han dado, para vivirla, no para sobrevivirla.
Agradecimientos
Sin demorarme mucho más, que habrás leído todo rápido para seguir terminando esos quehaceres que te hacen querer hacer menos, quiero darle las gracias antes de nada a las personas que han hecho posible que este escrito pueda publicarse. Gracias por la oportunidad.
Gracias a mi pilar fundamental, mi padre, que siempre me ha apoyado en cumplir mi sueño de ser psicóloga. A mi madre, por enseñarme a vivir intensamente. A mi persona favorita, Miguel, por ayudarme a cultivar y regar cada día estas ganas de cambiar el cachito de mundo que me toca diciéndome “cómete el mundo” cada vez que voy a cambiar vidas.
A mi hermano y sus lecciones de vida, que más de una vez han plantado en mí una semilla que más tarde ha florecido. A Hugo, mi sobrino, que aunque aún no sabe ni hablar, me saca siempre una sonrisa. Esto también lo hago por ti. Para que te encuentres un mundo más bonito. A mis suegros, que se alegran de mis logros como si fueran los suyos. A Ana, la futura mejor médico que el mundo podría tener, por creer en mí y en la ilusión que como tú dices, le pongo siempre a todo.
A mis amigos, porque no saben la suerte tan inmensa que tengo de que formen parte de mi vida.
Y a ti, querido paciente, querido lector, por dedicarle tiempo a una persona que solo ha plasmado en el papel cómo se siente. Gracias por leerme, gracias por intentar tener esa luz que alumbra el túnel de muchas personas. Gracias por luchar cada mañana y gracias por ser, simplemente, ser.