¿Son necesarios los partidos políticos?
“Los partidos políticos están perdiendo credibilidad”
(Imagen: Congreso de los Diputados)
¿Son necesarios los partidos políticos?
“Los partidos políticos están perdiendo credibilidad”
(Imagen: Congreso de los Diputados)
La transformación de las sociedades liberales en democráticas con la implantación del sufragio universal conllevó que el derecho a participar en política se extendiese a todas las capas sociales. Esta política de masas hizo de los partidos políticos un instrumento indispensable de mediación entre las demandas sociales y las instituciones del Estado a las que iban dirigidas, provocando con ello un cambio radical en las estructuras de los viejos partidos políticos.
Esa es en definitiva la verdadera razón de ser del moderno partido político: si la soberanía la posee el pueblo del cual emanan todos los poderes, se hace necesario encontrar el instrumento adecuado para que el conjunto de esas voluntades populares acabe plasmando en las distintas instituciones del Estado, en definitiva, en el poder Legislativo, en el Ejecutivo y el Judicial.
Quiero recalcar lo dicho para mejor comprender lo que pretendo transmitir. Los partidos políticos no son fines en sí mismos, sino instrumentos y por ello no son intrínsecamente ningún poder del Estado. Prueba de ello es que nuestra Constitución tan sólo les dedica un escueto artículo para conceptuarlos, mientras que a los tres poderes del Estado les dedica nada menos que setenta y un artículos imbricados en sus correspondientes Títulos y Capítulos. ¿Sorprende esa escasez regulatoria de los partidos?
Si un observador no avezado en ciencia política hiciese un seguimiento día a día de nuestra actualidad política, con toda seguridad llegaría a la conclusión de que los partidos políticos son sus principales actores, aquéllos que adoptan las decisiones más trascendentes que, finalmente, acabarán transformándose en el conjunto de normas que condicionan nuestra vida en sociedad, y lo más sorprendente es que esa conclusión no sería errónea. Entonces, ¿cómo explicar esa enorme contradicción?, ¿cómo es posible que aquéllos que son, o debieran ser, meros instrumentos de mediación entre la soberanía popular y los poderes de un Estado acaben por ser los que verdaderamente corten el bacalao?
Mediante este fenómeno, denominado por algunos autores como “partitocracia”, y por otros “estado de partidos”, los partidos políticos, en lugar de tener un mero papel instrumental como vehículos transmisores de la soberanía popular a las instituciones del Estado, acaban por quedarse ellos mismos con el poder, transformando de esta forma la soberanía popular en soberanía de partidos, todo lo cual no es sino una perversión democrática.
Esta metamorfosis experimentada por los partidos políticos conlleva efectos indeseables. El primero, y más manifiesto, es que los partidos se convierten en máquinas electorales. La competición electoral se impone sobre otros fines, de tal forma que sus propuestas políticas lo son para ganar elecciones, en lugar de ganar elecciones para aplicar sus propuestas políticas, que sería lo deseable. Las campañas electorales ya no se circunscriben a los periodos previos a las elecciones, sino que asistimos a perpetuas campañas propagandísticas que producen empacho hasta al más goloso de la política y, en el peor de los casos, dividiendo y enfrentando a la ciudadanía como si de clubs de futbol rivales se tratase.
En las cámaras legislativas, como las nuestras, sus miembros, aun no sujetos a mandato imperativo por la Constitución, sí lo están a disciplina de partido, por lo que la mayoría parlamentaria estará al servicio de las decisiones previamente adoptadas por el partido, o lo que es peor, por su líder, desapareciendo en la práctica esa labor legislativa colegiada que constitucionalmente les viene encomendada. Y si a eso le sumamos el uso y abuso que del decreto ley hace el Ejecutivo, suplantando la labor del Legislativo, el resultado es de lo más descorazonador. Respecto al Poder Judicial, qué vamos a decir. El bloqueo al que está sometido el órgano de gobierno de los jueces es el más claro ejemplo de la intromisión de los partidos políticos en el poder judicial, fenómeno propiciado desde el momento en que se permitió a los jueces, a través de sus asociaciones, dar a conocer su ideología política. Como profesionales de la imparcialidad que son, nunca debieron adscribirse a ellas.
La consecuencia de todo lo anterior es que los partidos políticos están perdiendo credibilidad social, desengañado el elector al comprobar que su voto apenas tiene valor cuando constata que los programas anunciados se incumplen una y otra vez, y que las decisiones adoptadas a posteriori pueden ser incluso contrarias a la propia ideología del partido. Algo no debe estar funcionando en todo esto cuando, en las últimas encuestas publicadas por el CIS, los partidos políticos siempre se sitúan en cabeza entre los grandes problemas de los que adolece nuestra sociedad.
Pero, ante este panorama desolador, cabría preguntarse si hay alternativa a los partidos políticos, es decir, ¿sigue la sociedad necesitando de la presencia de mediadores para articular ante las instituciones sus necesidades y propuestas?
La respuesta en estos momentos es que, nos guste o no el sistema que tenemos, los partidos a día de hoy siguen siendo necesarios, pues su alternativa no está aún definida. Ahora bien, creo que con la misma rotundidad hay que manifestar que es urgente su radical transformación. El ciudadano reivindica otra forma de hacer política. No queremos enfrentamientos ni descalificaciones partidistas, lo que pretendemos y necesitamos son propuestas y soluciones a los continuos problemas que la vida en sociedad nos genera, sin perdernos en ese tránsito en continuas descalificaciones inútiles. Aquí no se trata de ganar la partida al oponente, tal como está ocurriendo, sino de encontrar la solución, venga de donde venga y si viene del contrario, felicitarle por su acierto. Si no somos capaces de comprender esto, flaco favor nos estamos haciendo como sociedad.
Finalmente, un apunte. No olvidemos que una de las claves en la enorme revolución tecnológica que estamos viviendo es la considerable reducción de las intermediaciones en todos los ámbitos. Hay quién se atreve a afirmar (yo no voy tan lejos) de que ya es posible vivir sin salir de casa. Tomen nota señores políticos, no vaya a ser que esta brutal revolución tecnológica acabe también con viejas estructuras políticas y, ojalá que, de producirse, nos permita encontrar un nuevo sistema de organizarnos en democracia más racional y efectivo del que ahora tenemos.