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La firma

Unamuno y el 12 de octubre de 1936: crónica de una muerte anunciada

"Un país que no se respeta a sí mismo"

Bandera de España (Foto: E&J)

Pedro Tuset del Pino

Magistrado-juez de lo Social de Barcelona




Tiempo de lectura: 4 min

Publicado




La firma

Unamuno y el 12 de octubre de 1936: crónica de una muerte anunciada

"Un país que no se respeta a sí mismo"

Bandera de España (Foto: E&J)



Como cada 12 de octubre, se celebra la Fiesta Nacional, que coincide con la conmemoración del descubrimiento de América por Cristóbal Colón y con la fiesta grande en Zaragoza, honrando a su Patrona, la Virgen del Pilar.

Sin embargo, otro 12 de octubre del ya lejano año 1936, aconteció un hecho histórico en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, donde se celebraba el entonces denominado Día de la Raza.



Ese día el auditorio estaba repleto y contó con la presencia de Carmen Polo, esposa del dictador Francisco Franco, las principales autoridades del régimen y altos mandos militares y eclesiásticos.

También hizo acto de presencia Miguel de Unamuno y Jugo, escritor y filósofo perteneciente a la llamada Generación del 98 y por entonces rector de la universidad, quien, actuando de manera tan prudente como sabia, decidió no hablar más de lo estrictamente necesario ante la evidencia de ser persona non grata para el régimen, aunque llevaba en el bolsillo la carta desesperada de la esposa de su amigo, el pastor protestante Atilano Coco, a quien iban a fusilar por masón (de hecho, lo fusilarían el 8 de noviembre).

Durante las sucesivas intervenciones, se criticó abiertamente a los vascos, los catalanes y a todo aquel contrario al nuevo proyecto de Estado nacido al socaire de la Guerra Civil iniciada apenas tres meses antes.



Uno de los oradores fue el militar José Millán-Astray, jefe de la Oficina de Prensa y Propaganda, con sede en el palacio de Anaya en Salamanca, popular por sus discursos radiofónicos que contenían multitud de referencias antisemitas, refiriéndose a los “judíos comunistas” como responsables de la situación de España.

(IMAGEN: E&J)

Pues bien, el personaje en cuestión llegó a gritar, mientras intervenía en el paraninfo universitario, “¡Muera la inteligencia, viva la muerte!”, provocando que Unamuno cambiara de parecer y participara dando a conocer su punto de vista ante tamaño agravio, con las siguientes palabras:

«Sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir. No quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo.

Vencer es convencer. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia.

Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis.

Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida!

Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado.

Venceréis, pero no convenceréis.

Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para eso, necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho.»

Tras las palabras de Unamuno, Millán Astray volvió a tomar la palabra manu militari para irrumpir en el discurso del viejo profesor y afirmar:

“¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en carne viva y sana como un frío bisturí. La carne sana es la tierra: la enferma, su gente. ¡El fascismo y el ejército arrancarán a la gente para restaurar en la tierra el sagrado reino nacional…!».

Miguel de Unamuno. (IMAGEN: E&J)

La tensión en el ambiente y en el recinto era insoportable, debiendo salir escoltado Miguel de Unamuno para evitar ser linchado por los falangistas, que formaban un tumulto de puños amenazadores levantados hacia el filósofo, agolpándose tanto en el interior como en la calle, hasta el punto de que Carmen Polo se vio en la necesidad de cogerle por un brazo, para luego sostenerle cuando tropezó.

Días después de lo acontecido en la universidad, un decreto firmado por Franco le destituyó como rector y se le impuso arresto domiciliario. Lejos de amilanarse, el escritor no dudó en decir: «Si me han de asesinar como a otros, será aquí en mi casa.»

Y así fue, murió en Salamanca el 31 de diciembre de 1936, aun bajo arresto.

Desgraciadamente, otros eminentes escritores, poetas, artistas, filósofos y científicos no tuvieron más opción que exiliarse voluntaria o forzadamente para salvar su vida y la de los suyos, huyendo a Francia, México o Argentina, imponiéndose la razón de la fuerza frente a la fuerza de la razón.

El regreso de muchos de ellos tras la instauración de la democracia en España después de 40 años de férrea dictadura fue el premio a quienes lo dieron todo y perdieron mucho. Que su recuerdo perdure y sea testimonio en este día.

Aunque, para ser sincero, la realidad parece moverse por otros derroteros, pues como sentenció el escritor Javier Marías: “España sigue obrando el milagro de que el pasado no exista, ni el más reciente”, alineándose con lo que dijera otro gran pensador e historiador, Ángel Viñas: “Un país que no respeta su propia historia (encerrada en gran parte en los archivos públicos y privados) es un país que no se respeta a sí mismo”.