JFK 59 años: en el recuerdo de un magnicidio sin esclarecer
Existen momentos en la vida que nacen para ser historia, trascender a lo meramente anecdótico, formar parte de la leyenda
Momento antes del asesinato de JFK (Foto: Archivo)
JFK 59 años: en el recuerdo de un magnicidio sin esclarecer
Existen momentos en la vida que nacen para ser historia, trascender a lo meramente anecdótico, formar parte de la leyenda
Momento antes del asesinato de JFK (Foto: Archivo)
¿Quién de nosotros, los de más edad, no se acuerda dónde estaba y lo que hacía cuando el 22 de noviembre de 1963 todas las emisoras de radio y televisión anunciaban el asesinato del presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, en Dallas (Texas), a manos de su homicida oficial, Lee H. Oswald, cuyos certeros proyectiles, disparados desde un anticuado rifle italiano, provenían de un almacén de libros ubicado en un edificio cercano, en la ruta seguida por la comitiva que recorría Elm Street?.
Por cierto, y antes de continuar, ¿quién vaticinaría –ironías del destino– que 21 años después, en 1984, la película protagonizada por el malvado Freddy Krueger, Pesadilla en Elm Sreet, sí, la misma calle donde cayó abatido a tiros el presidente más icónico y popular americano, se convertiría en un gran éxito tras ganar 57 millones de dólares en la taquilla con un presupuesto minúsculo de tan solo 1.8 millones?.
Pero, retomemos el hilo argumental de nuestra historia. A las 12.30 horas de aquel fatídico viernes, el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos fue mortalmente herido por diversos disparos de un francotirador mientras circulaba en el coche presidencial por la Plaza Dealey, ante la atónita y aterrada mirada de su esposa, la no menos famosa Jacqueline Kennedy.
Una muerte que, como anunciaba el diario La Vanguardia, había sido un enorme mazazo del destino contra el pueblo norteamericano; algo totalmente inesperado, cruel y con el estigma de los fanatismos más violentos.
Un asesinato en acto de servicio, cuando Kennedy había ido al Estado de Texas para iniciar su campaña preelectoral, justo cuando el Sur estaba soliviantado por la cuestión de los derechos civiles abanderados por el líder negro Martin Luther King, liderando, el 29 de agosto de aquel mismo y fatídico 1963, una enorme manifestación en Washington, de manera pacífica y sin incidentes, defendiendo la hora de la verdadera emancipación de la gente afroamericana.
El presidente se había presentado en Dallas con la seguridad de hablarle a su pueblo de forma clara y directa, prometiendo que las aspiraciones de todos podrían ser cumplidas por el camino de la legalidad.
Con la muerte de JFK se puso fin a su vida pero fue el comienzo de la leyenda de un hombre carismático, popular, entregado a la causa, católico, aunque no practicante, de vida voluptuosa, habitualmente acompañado de mujeres, las más de las veces de dudosa procedencia, siempre envuelto en la polémica por sus decisiones políticas. Capaz de solventar con astucia la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, frustrado por la derrota de Bahía Cochinos, firme detractor del presidente cubano Fidel Castro y de su régimen pro soviético, debió sortear los obstáculos de la CIA y del FBI entregados a la causa de frenar sus ansias de poder.
Una imagen de triunfador, oportuno y excelente orador, como cuando en Berlín de dirigió a los presentes, el 23 de junio de 1963, y dijo” Dos mil años hace que se hiciera alarde de que se era “Civis Romanus sum”. Hoy en el mundo de la libertad se hace alarde de que “Ich bin ein Berliner”, defendiendo sus esperanzas en la reunificación alemana y en las diferencias filosóficas entre el capitalismo y el comunismo. «La libertad es indivisible y cuando un hombre es esclavizado ¿quién está libre?”.
Su nombramiento representó para la Casa Blanca un soplo de aire juvenil, atrevido, osado, democrático donde los hubiera, comprometedor, con un claro ideal de progreso y justicia, que hicieron de JFK el Camelot de una nueva cruzada.
A pesar de que tres días después de su muerte, su asesino declarado, Lee H. Oswald, muriera también asesinado en extrañas y aún no desveladas circunstancias en los sótanos de la comisaría de Dallas, y de que la constitución de la Comisión Warren, de dudosa paternidad y nada creíbles y ortodoxas comprobaciones, afirmara que sólo había existido un asesino, descartando cualquier posible conspiración, continúa siendo un enigma, 59 años después de su muerte, quienes fueron los verdaderos conspiradores, los motivos reales y los autores materiales del magnicidio, dando pábulo a suposiciones de todo tipo que han inspirado multitud de teorías científicas libros, estudios y películas, permaneciendo oculta, sin embargo y a pesar de los pesares, la verdad de lo sucedido.
Aquel fatídico y rememorado día del 22 de noviembre de 1963, el mundo despertaba con la noticia que conmovió corazones, removió consciencias, reubicó la política internacional y supuso un antes y un después en la política presidencial norteamericana, al mismo tiempo que diera comienzo con el asesinato de JFK a toda una serie de posteriores y trágicos desenlaces familiares, de los que el senador Bob Kennedy sería el primer de ellos, corriendo la misma suerte que su hermano, cuando fue asesinado la madrugada del miércoles 5 de junio de 1968 en Los Ángeles, durante las celebraciones de su campaña en las primarias de California, en su intento de obtener la nominación demócrata para la presidencia de los Estados Unidos.
Un año, el de 1963, en que nuestro país debatía, en las entonces Cortes franquistas, el dictamen sobre el Plan de Desarrollo Económico y Social para el cuatrienio 1964-67, defendido por el ministro López Rodó; en que se hablaba del fenómeno del turismo como forma de desplazamiento masivo de una parte de la humanidad, buscando el calor, la tranquilidad o, sencillamente, un ambiente diferente al suyo habitual, y en que los biquinis comenzaban a escandalizar en las playas españolas por obra y gracia de las turistas extranjeras.
Mientras, en el plano internacional, se produjo la detención de cinco sospechosos por el atraco al tren correo de Glasgow, con un botín de cerca de 20 millones de las antiguas pesetas; la huida de 16.456 alemanes del Este a Occidente, o el nombramiento del presidente de Argelia, Ben Bella.