La Soga, de Alfred Hitchcock
"La Soga reúne todos los alicientes del suspense en torno a una trama adecuadamente articulada y con un alto componente psicológico"
Fotograma del film La soga (1948) (Foto: Archivo)
La Soga, de Alfred Hitchcock
"La Soga reúne todos los alicientes del suspense en torno a una trama adecuadamente articulada y con un alto componente psicológico"
Fotograma del film La soga (1948) (Foto: Archivo)
Como cinéfilo una de mis películas de culto, sin dudarlo, es “La Soga” (Rope, en su título original en inglés), estrenada el 11 de marzo de 1948 bajo la dirección de Alfred Hitchcock, aunque curiosamente nunca lo fue en España, hasta que en julio de 1984, CIC, encargada por aquel entonces de distribuir las películas de Universal y de Paramount en nuestro país, la estrenó, dentro de un miniciclo que se denominó Lo esencial de Hitchcock.
La Soga reúne todos los alicientes del suspense en torno a una trama adecuadamente articulada y con un alto componente psicológico, donde se debate la posibilidad de cometer el crimen perfecto, aquel en que nunca se descubre a su autor material.
De esta película se ha llegado a decir que es una de las más atrevidas de Hitchcock y uno de los experimentos más interesantes que haya intentado un director importante, trabajando con grandes nombres de la taquilla, abandonando la mayoría de las técnicas normales de rodaje para permitir largas escenas continuas, las denominadas plano secuencia, donde cada escena dura diez minutos sin interrupciones. Fue grabada en un único escenario, sin contar con la escena de la calle durante la sucesión de los títulos de crédito, en la que los movimientos de cámara fueron cuidadosamente planeados sin casi apenas modificación posterior en el montaje.
Los muros del escenario se movían sobre ruedas y se desplazaban fuera de plano, y luego volvían a ser reposicionados cuando estaban dentro de la toma. Un operador designado se encargaba de mover los muebles y otros accesorios fuera de la trayectoria de la gran cámara de tecnicolor, asegurándose luego de que estuviesen reposicionados en el lugar correcto. Entre tanto, un equipo de operadores de sonido y cámara mantenía ésta y los micrófonos en constante movimiento, mientras los actores mantenían un conjunto de señales cuidadosamente coreografiadas.
El extraordinario diorama en el fondo fue el más grande utilizado en un escenario, incluyendo modelos de los edificios del Empire State y el Chrysler. Los numerosos humos de chimenea, luces provenientes de los edificios, señales de neón, y el amanecer se desarrollaron cuando la película progresaba. En el minuto cincuenta y tres de la película, una señal roja de neón cercana a la ventana principal que mostraba el perfil de Hitchcock promocionando “Reduco” (el producto ficticio para la pérdida de peso usado durante el cameo en Lifeboat) empieza a parpadear; mientras los invitados son acompañados a la puerta y los actores Joan Chandler y Dick Douglas conversan por un momento, la señal aparece y desaparece en el fondo varias veces, a la derecha entre los rostros o a la derecha bajo los ojos del espectador.
La trama resulta igualmente magistral: al apartamento de dos estudiantes van llegando los invitados a una especie de fiesta de fin de curso. El invitado que más temen es su tutor y profesor, un astuto criminólogo que sostiene que el crimen perfecto no existe, aunque ellos se han propuesto demostrar lo contrario. En efecto, con su llegada crece cada vez más la tensión y el nerviosismo de los jóvenes. Y no es para menos, porque tienen un cadáver encerrado en el arcón que sirve de mesa para la cena. Cuando, al final de la fiesta, profesor y alumnos se quedan solos, los errores y contradicciones en que éstos incurren son tales que el profesor empieza a comprender que han asesinado al joven invitado que han estado esperando en vano toda la noche.
Pero si por algo destaca esta película, por si no fuera poco lo ya comentado, es la polémica generada entre el padre de la víctima y sus asesinos, al enfrentar sus diferentes y contradictorias opiniones sobre el denominado “Superhombre”, que enlaza con las ideas sostenidas por Friedrich Nietzsche, manipuladas interesadamente por el régimen nazi por medio de su teoría de la superioridad aria.
Tengamos en cuenta que el estreno de La Soga fue en el año 1948, apenas transcurridos tres años desde la finalización de la II Guerra Mundial, cuando aún estaba fresca en la memoria colectiva el horror de un enfrentamiento bélico que, según la Enciclopedia Británica, supuso que entre 40 y 50 millones de personas murieran, 8 millones de ellas rusos, otros 5,8 millones polacos, 4,2 millones alemanes, alrededor de 1.972.000 japoneses y unos 298.000 estadounidenses. A ellos debe añadirse unos 6 millones de judíos, según los dos principales centros de documentación de la Shoah, el Yad Vashem de Jerusalén y el Museo del Holocausto de Washington.
Se comprenderá, pues, que cuando tres de los protagonistas empiezan a discutir sobre el Superhombre, como argumento justificador de la muerte del más débil ante el más fuerte, se genere un ambiente de tensión, magistralmente buscado por Hitchcock, aunque no se compadeciera con la realidad.
Y es que en su obra Ecce Homo (comenzada el 15 de octubre de 1888 y concluida el 4 de noviembre del mismo año), Friedrich Nietzsche no escondía su aversión a los alemanes con afirmaciones del estilo “En los alemanes, de igual modo que en las mujeres, no se llega nunca al fondo por la sencilla razón de que no lo tienen, ni siquiera es vulgar”, añadiendo de forma singular que “Los alemanes tienen para mí algo de imposible. Cuando quiero imaginar un tipo de hombre absolutamente contrario a todos mis instintos, siempre pienso en un alemán”, o “El trato con los alemanes acobarda. Todos están a un mismo nivel”.
Sus críticas llegaron al punto de poner de manifiesto que “Yo no puedo soportar la convivencia con esta raza, que no posee el tacto de los matices. ¡Y desgraciadamente yo soy un matiz! …”.
No obstante, su teoría acerca del Superhombre, designa un tipo de perfección absoluta, opuesto al tipo del hombre contemporáneo, del hombre bueno que forma parte de su cristianismo y otros nihilismos, aunque sin embargo, reconocía que este tipo idealista lo habían considerado compuesto de ciertos hombres superiores, mitad santo y mitad genio. Lo que entronca con su convencimiento de que un hombre bien equilibrado es siempre agradable; está formado de una madera dura y tierna y de exquisito perfume a la vez. Su única aspiración es el bienestar, la limitación en lo conveniente. Sabe diferenciar los beneficios de los prejuicios, consigue trocar en facilidades los obstáculos y halla la fortaleza en los peligros que a los demás anulan y destruyen.
Esto es, una imagen idílica del hombre que sabe equilibrar sus virtudes y defectos, y que se aparta, desde luego y por completo, del concepto de la raza como su único elemento configurador y disgregador.
Algo parecido ocurrió con el compositor musical Richard Wagner, cuyas composiciones fueron apropiadas por el régimen nazi, de tal manera que se llegaron a identificar con sus macabros ideales, indebidamente claro. En la misma obra de Ecce Homo, su autor ya señalaba “¡Pobre Wagner!. ¡Dónde había ido a parar!. Si al menos hubiese caído entre cerdos!. ¡Pero … entre alemanes! …”.
Sorteando este debate, más teórico que práctico, el resto de la película transcurre en una atmósfera de tensión entre los alumnos, autores del crimen, y el avezado y experimentado profesor, protagonizado por James Stewart (al que hemos podido ver actuar en otras tantas películas igualmente memorables como “Qué bello es vivir”, “Vértigo” o “El hombre que mató a Liberty Balance”), sometiéndoles a un inteligente interrogatorio que no pasa por inadvertido, consiguiendo su propósito de alterar la lógica y sistemática planificación y ejecución del asesinato para acabar, finalmente, en un disparo fortuito, fruto de un forcejeo, admitiendo los asesinos la tragedia mientras suenan las sirenas de la policía y se ilumina con sus luces el decorado.
Otra, y no menos importante, característica de La Soga fue, para el crítico Robin Wood, que varios rasgos de la película podrían ser interpretados como homoeróticos al considerar que la estrangulación inicial refleja la euforia de un orgasmo y la flaccidez posterior, pareciéndole ver matices de masturbación en la escenas en que Brandon toca, emocionado, el cuello de una botella de champán.
Además, considerando que la película se basa en una adaptación de la obra de teatro Rope, escrita por Patrick Hamilton en 1929, y que tiene grandes similitudes con la muerte real en 1924, con una gran repercusión en su época, de Bobby Franks a manos de Nathan Freudenthal Leopold, Jr. y de Richard A. Loeb, se ha sostenido que el hecho de que ambos formaran pareja, fomenta el argumento de que Brandon y Philip (los asesinos confesos y protagonistas del film) estaban destinados a ser homosexuales también.
En todo caso, animo al lector a mirar la película, con sentido crítico, situándose en escena, recreándose en todos y cada uno de los detalles que dan vida al decorado, la recreación, sus reacciones emocionales, los gestos, las posturas de los personajes, porque se trata de esas obras maestras del séptimo arte que exigen deleitarse con ella varias veces, apreciando en toda su magnitud la grandeza y la miseria del ser humano, sus límites naturales, la delgada línea que separa la vida de la muerte, los estrechos márgenes que distancian la moral de la abominación.